Biografía.

Luis Rincón, mi padre, anda ya cercano a los 80 y ha vivido de todo: fue niño en una postguerra atroz de hambre y oscuridad, fue monago insumiso y cómplice de estraperlista, militante antifranquista clandestino, obrero fabril y albañil capaz, vecino solidario y patriarca de una prole inmensa y diversa con más bocas que vergüenza.


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Ahora ejerce sobre todo de amo de casa y abuelo, y ,en los ratos libres, escribe. Y lo hace como todo lo que ha hecho en su vida: de corazón.

INDICE DE LOS ULTIMOS TRABAJOS PUBLICADOS:

Los relatos irán apareciendo en la blog a medida que vaya siendo posible. Para leer cualquiera de ellos sólo tienes que pinchar sobre su nombre en la lista que viene a continuación. Sé que Luís agradecerá que comentes al final su relato pinchando en la parte que dice "Esta historia me ha parecido...".


Navidad con amor

Con este relato, Luis Rincón acaba de ganar el IV Certamen Literario "Francisco Maria Arroyo Benitez" que convoca el CEPEr Viento de Levante de Cadiz. ¡Enhorabuena , Luis!


Vida y muerte de un obrero español


La madre

Soy
Lo ajeno, lo propio y el niño

Pequeña historia de un niño pequeño Finalista en el XIV Certamen Experiencia y Vida que organiza la Junta de Extremadura en Octubre 2007

¿Que es lo que me falta a mi? De José Valiente Moreno
Finalista en el XIV Certamen Experiencia y Vida que organiza la Junta de Extremadura en Octubre 2007

Pepín
Torero y ....olé. ( El Coco III)
El suicidio de la mujer del "Coco"
El médico del "Coco"




Sus canciones

La murga de los currelantes

jueves, 1 de noviembre de 2007

Pequeña historia de un niño pequeño

“Era pro si ve”. Entre nuestro lenguaje infantil poco cultivado y el uso tan peculiar que del castellano hacemos los andaluces, el “Érase una vez” de los relatos infantiles lo convertíamos nosotros, los niños de esta tierra, en ese “Era pro si ve” para empezar nuestros cuentos. Como lo que yo voy a contar es parte de la historia de un niño, me da la gana de empezarlo así. ¡Que pasa!

El niño de esta historia nació en el sur de Andalucía, en la provincia de Cádiz. Su tierra tuvo la suerte de no pasar por los horrores de la guerra civil, pero tuvo la desgracia de pasar por los horrores del hambre y de la represión más cruel y cobarde. Y digo que fue la mas cruel y cobarde porque no tuvo ni siquiera para sus ejecutores la justificación de decir como en otros sitios: “peor lo hicieron ellos”. Pero voy a empezar la pequeña historia del pequeño niño, porque comienza uno a escribir y no sabe por donde le va llevar la imaginación o la indignación.

Pues “Era pro si ve” que el pequeño Salvador, que, cuando acabó la guerra en el treinta y nueve tenia diez años, tenia once en el cuarenta, el de la gran hambruna. En aquella España, oscura, triste, y mendicante, Salvador tenía siempre hambre. Y no el “HAMBRE Y SED DE JUSTICIA DEL EVANGELIO” –que esa la padeció durante muchos años, después, cuando ya era un hombre- sino hambre de verdad, ese hambre que lo hacia ir por la calle igual que un perro, mirando a todas partes buscando algo que comer.

Salvador era huérfano de padre, lo perdió cuando era tan pequeño que no tenía memoria de él. Lo que si tenia era madre y tres hermanas mayores. Las muchachas se dedicaban a limpiar casas ajenas y su madre era costurera de pobres, pero, naturalmente, si los pobres no comían, mal iban a querer arreglarse las ropas. Por tanto la familia de Salvador tenía tanta hambre como él.

Un día la madre de nuestro héroe, cobró alguna pequeña cantidad y lo mandó a un establecimiento de comestibles a comprar unas viandas. El comercio, propiedad de una anciana y su hija solterona, era tan miserable como todo en aquella época. Constaba de una habitación con un mostrador y algunas pequeñas estanterías. Detrás del mostrador había una puerta que comunicaba con otro cuarto interior.

Cuando llegó el joven Salvador no había nadie en el despacho, llamó repetidas veces sin ningún resultado. En el mostrador había un hueco por el que se pasaba al interior, el pequeño, muy decidido, pasó a la otra habitación y volvió a llamar a voces, nadie respondió. Pero entonces se fijó que en una mesa camilla había un plato con algunos pescados fritos, el hambre lo hizo audaz; cogió el plato y corrió hacia afuera a toda marcha. Una vez en la calle se le presentó un problema.

Sabía que a su casa no podía llevar el producto de su rapiña. Su madre tenia tal sentido de la honradez que casi la hacia parecer idiota y, por escrúpulos, era capaz de devolver el pescado. Ya él chico en una ocasión había pasado por eso. Por ejemplo: Algunas veces él iba a la estación de ferrocarril a esperar los trenes y acarrear alguna maleta, de esta manera se sacaba unas perras para ayudar en la casa. Como era el tiempo del estraperlo en muchas ocasiones ayudaba a los que se dedicaban a ese negocio a portar los bultos de la mercancía. Había un señor que siempre traía unas cestas grandes llenas de judías y él le ayudaba a transportarlas. Cuando lo hacían, el chico marchaba por delante con su cesta y el individuo detrás, cuando al hombre le parecía bien se detenían, le pagaba al chico, y continuaba el solo con toda la carga. Por tanto el muchacho no sabía donde vivía el estraperlista.

Una de las veces iban caminando y cuando se le ocurrió mirar para atrás, el individuo no estaba. Esperó todo el tiempo que pudo y el hombre no apareció, en vista de lo cual se llevó las judías para su casa Le costó un trabajo ímprobo convencer a su madre de que la cosa había ocurrido como él se la había contado. Pese al hambre que tenían, las judías se llevaron más de dos meses en la casa sin que su madre se atreviera a guisarlas. Cuando por fin lo hizo fue porque las vecinas, prácticamente, la obligaron a ello.

Este suceso explica las dudas que tenia el joven Salvador sobre qué hacer con el pescado frito. Al fin se decidió; se metió en el zaguán de una casa y se lo zampó. Luego, abandonando en la casapuerta el plato con las espinas, volvió al establecimiento donde madre e hija estaban discutiendo acaloradamente sobre la desaparición del pescado, y compró el encargo de su madre.

Este pequeño latrocinio le abrió los ojos al pequeño Salvador y, desde entonces, sin haber puesto a nadie por testigo -como hizo la Escarlata O’Hara-, no volvió a pasar hambre. En el hurto encontró una inagotable fuente de comida. Fueron numerosas las mujeres que cuando llegaban a sus casas con la cesta de la compra, echaban a faltar alguna de las pequeñas piezas de pan del racionamiento. Seguro, que en algún momento, el joven Salvador había estado detrás de ellas en el mercado. Siempre actuó solo y nunca robó dinero, siempre cosas de comer. El sabia que existían pequeñas bandas de ladronzuelos en el pueblo, pero esa gente se dedicaban a robar todo lo que se pusiera a tiro, lo mismo comida, que bolsos o monederos, y él, quizás porque había mamado en la teta de su madre algo de la honradez de esta, no quería mezclarse con ellos.

Y así llegó a los catorce años. Cuando cumplió esa edad ya había trabajado de aprendiz o mandadero en varios sitios. Ya sabía lo que era levantarse a las siete de la mañana para estar en el tajo a las ocho. También aprendió a obedecer las órdenes, a veces arbitrarias, de jefes y patrones. En fin, ya estaba acostumbrándose a ser un esclavo del trabajo duro y mal pagado del jornalero. Pero, afortunadamente para él, no se daba cuenta de aquella esclavitud. Hijo, sobrino y nieto de obreros, aceptaba aquello como cosa normal de la vida. No fue hasta mucho mas tarde cuando se dio cuenta de que aquello no se correspondía con la dignidad de la clase obrera e intentó poner su granito de arena para arreglarlo.

Pero ya me estoy yendo otra vez por los cerros de Úbeda. Seguiremos con la niñez de Salvador. Hasta los susodichos catorce años siguió con sus pequeñas raterías. Un día estaba en su calle jugando con los chicos de su edad, cuando llegó hasta el grupo un muchacho que hacia de mandadero en una casa de gente rica. El chaval, que llevaba un gran cesto para los recados, estuvo un rato jugando con los demás y se marchó a sus cosas.

Aún no había transcurrido una hora cuando volvió acompañado de un policía: las mil pesetas que le habían dado para la compra le habían desaparecido, según él, en el tiempo que había estado jugando con el grupo.

Eran ocho o diez chiquillos en la pandilla. El policía los reunió a todos, y, agrupados como una nidada de pollos, los hizo acompañarle a comisaría. Allí se comportaron como niños que eran. El poli los hizo situarse en un semicírculo delante de su mesa y el se acomodó en el sillón detrás de ella. Antes de sentarse había cogido de un armario un vergajo de, por lo menos, un metro de largo y con él se dedicó a dar golpes en la mesa antes de dirigirles la palabra, de esa manera consiguió que la mayoría se echaran a llorar a moco tendido.

Sin decir una palabra fue señalando a los chiquillos que a el le parecía bien y ordenándole que se marcharan. Al final se quedó solo con cuatro, Salvador era uno de ellos. Entonces habló, mejor dicho, no habló: aulló. Cada vez que lanzaba un grito de aquellos, los chavales saltaban como una pelota. De vez en cuando se callaba y señalando a uno de ellos lo hacia salir. Al fin se quedó solo con el ladrón.

Esta experiencia se le grabo en el alma a Salvador y juró que nunca pisaría una comisaría acusado de robo. También se prometió que a él jamas le gritaría un individuo de la forma que a ellos les había gritado aquel policía. Cumplió su palabra, y para poder hacerlo le acompaño la suerte, pues en las numerosas veces que detuvieron a sus compañeros de lucha política y sindical, nunca le tocó a él esa china. Si pisó alguna vez una dependencia policial, fue para protestar por aquellas detenciones.

Y esta es la pequeña historia del joven Salvador, que tuvo la mala suerte de vivir su niñez en la época más oscura y perversa de la reciente historia de España. Pudo haberse convertido en ladrón profesional, pero una peripecia de la vida le ayudó a escarmentar en cabeza ajena.


Adrián y Pedrito, dos nietos de Luis.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial, didáctica, como todo lo que hace mi abuelo.
Todo lo que hace y/o escribe es para mi una fuente de sabiduría, de experiencia, de la cual siempre se puede sacar algo que aprender.

El relato me ha parecido duro, porque como siempre dice mi abuelo, nosotros no sabemos lo que es el hambre, o vivir en una sociedad en la que a los 14 años ya tenías que estar trabajando.

Me ha impactado y gustado mucho.

Besos de tu nieta Alejandra!!

Anónimo dijo...

Estimado Luis.
He leído la historia del Pequeño Salvador escrita por usted.

Mientras la leía, venían a mi memoria recuerdos de cuando yo iba a visitar a mis abuelos paternos.

Mis abuelo, se llamaban María y Rafael.

Vivían en la casilla de la "Renfe" debido q que mi abuelo era capataz de la misma.(Curiosamente mis abuelos eran abuelos de su sobrina Eva Marín Ares).

Anónimo dijo...

q queires q te diga como todo lo q has hecho hasta ahora ,duro pero con su gracia q sigas como eres y todo mi amor para ti ..........tu hija "te quiero"

Anónimo dijo...

HOLA PAPI, PUES NO SABIA QUE TENIAS TU SITIO EN INTERNET ,LO HE ENCONTRADO DE PURA CASUALIDAD Y ME HA ENCANTADO.
BIEN, TUS HISTORIAS SON LA VIDA MISMA VISTAS DESDE EL PUNTO DE VISTA QUE DA LA MADUREZ Y LAS EXPERIENCIAS VIVIDAS , MEJORES O PEORES , PERO VIVIDAS QUE ES LO QUE AL FINAL CUENTA.
TENEIS QUE ESTAR ORGULLOSOS DE LO QUE HABEIS CREADO A VUESTRO ALREDEDOR , DESDE LOS HIJOS HASTA LOS BISNIETOS OS ADORAN, RESPETAN Y ADMIRAN QUE YA ES MUCHO PARA LO QUE SE DESPACHA HOY DIA.
FELICIDADES A AMBOS.
DESDE BADAJOZ UN BESO MUY GRANDE DE TU NIETO PEDRO , TU HIJA Y TU YERNO.