Biografía.

Luis Rincón, mi padre, anda ya cercano a los 80 y ha vivido de todo: fue niño en una postguerra atroz de hambre y oscuridad, fue monago insumiso y cómplice de estraperlista, militante antifranquista clandestino, obrero fabril y albañil capaz, vecino solidario y patriarca de una prole inmensa y diversa con más bocas que vergüenza.


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Ahora ejerce sobre todo de amo de casa y abuelo, y ,en los ratos libres, escribe. Y lo hace como todo lo que ha hecho en su vida: de corazón.

INDICE DE LOS ULTIMOS TRABAJOS PUBLICADOS:

Los relatos irán apareciendo en la blog a medida que vaya siendo posible. Para leer cualquiera de ellos sólo tienes que pinchar sobre su nombre en la lista que viene a continuación. Sé que Luís agradecerá que comentes al final su relato pinchando en la parte que dice "Esta historia me ha parecido...".


Navidad con amor

Con este relato, Luis Rincón acaba de ganar el IV Certamen Literario "Francisco Maria Arroyo Benitez" que convoca el CEPEr Viento de Levante de Cadiz. ¡Enhorabuena , Luis!


Vida y muerte de un obrero español


La madre

Soy
Lo ajeno, lo propio y el niño

Pequeña historia de un niño pequeño Finalista en el XIV Certamen Experiencia y Vida que organiza la Junta de Extremadura en Octubre 2007

¿Que es lo que me falta a mi? De José Valiente Moreno
Finalista en el XIV Certamen Experiencia y Vida que organiza la Junta de Extremadura en Octubre 2007

Pepín
Torero y ....olé. ( El Coco III)
El suicidio de la mujer del "Coco"
El médico del "Coco"




Sus canciones

La murga de los currelantes

sábado, 8 de diciembre de 2007

" ¿Qué es lo que me falta a mí?" de Jose Valiente Moreno

¿Qué es lo que me falta a mi?

(Reflexiones de un anciano de 83 años que quedó

huerfano de padre 70 años atrás)

Todos habremos visto alguna vez en noticiarios o documentales televisivos a un grupo de niños de Irak, por ejemplo, afanados en atrapar víveres o golosinas de manos de soldados de ocupación de su país. Ellos, los niños, que se supone eran huérfanos a consecuencia de la guerra desencadenada por los mandatarios de esos mismos soldados, no tienen conciencia esta circunstancia y se sienten felices porque van a ver satisfecho se presente y urgente deseo: aplacar su hambre: las causas que dieron lugar a esta situación, si son conocidas por ellos, las tienen aparcadas.

Pero a todo hay quien gane. Y no es que consideremos esto frívolamente como una simple competición deportiva ni mucho menos, sino que se trata de poner de manifiesto diferencias que se pueden darse, y de hecho se dan, para dar a conocer situaciones que nos permitan hacer un juicio certero al expresar nuestras apreciaciones.

El que esto suscribe, y otros muchos como él, no recibían alimentos envasados, con todas las garantías necesarias, incluso sus envases rotulados a propósito para hacer saber su procedencia e intención. No tenían mas remedio, si querían ver satisfecha su necesidad de comer, que avenirse a rebañar de platos donde habían dejado sus babas unos mercenarios fascistas italianos y los restos que hubieron quedado del rancho en su recipiente para volcarlos en el puchero que portaban al efecto.

Estos “Camisas Negras” italianos no eran los causantes de nuestra orfandad. Eran enviados por su gobierno en ayuda al dictador de nuestra guerra civil, declarada para mas “INRI” “Cruzada de Liberación Nacional”, o una mas espectacular declaración de intenciones: “liberarnos de las hordas marxistas” según se decía con mucho énfasis.

No tenían estos huérfanos de republicanos el consuelo de saber que sus padres habían caído en defensa de sus ideales, porque habían sido perseguidos, acorralados y eliminados cual alimañas, Sin procesos, sin cargos, sin posibilidades de defenderse, con alevosía y nocturnidad. No tuvieron los creyentes, que sin duda los habría, y a pesar de tener los verdugos de su parte a la iglesia, asistencia de tipo espiritual tan necesaria para el creyente y hasta para su familia.

Sin embargo estos huérfanos trataban de remediar su mas inmediata y urgente necesidad: su alimentación, su hambre que no el llamado apetito de manjares, sino sus ganas de comer, de masticar, de deglutir, de callar esos elementos químicos que en el estomago exigen materiales con que cumplir su misión de digestivos y llaman sin piedad, con exigencias, desvergonzadamente, porque es asi de agresiva la naturaleza humana.

Pero una vez satisfecha esa imperiosa necesidad y hasta una hora después, transcurría la vida normal de los pequeños y es entonces cuando se presentan de improviso momentos, no de dolor ni de pena, sino de otra índole desconocida. Así:

-“Pues mi padre me ha dicho que no es asi” me replica un niño en una pequeña discusión. Yo me quedo estupefacto. No encuentro respuesta ni argumentos con que responder a este tan contundente.

“-Yo no voy a bañarme con ustedes al canal porque se entera mi padre y…” Otro mazazo para mí.

“-Niño quítate de en medio”

“-No me da la gana”

“_Pues mi cago en tu padre”

Aquí si tengo la repuesta adecuada pero no me da tiempo reaccionar, uno mayor que yo interviene en mi defensa: “¡Niño no le digas eso! ¿No ves que lo tiene muerto?

¿Qué ocurre conmigo? ¿Es que soy más afortunado que otros? Creo que no, que me falta algo. No puedo apoyarme en la opinión de mi padre para discutir lo que sea. Me falta el morbo del riesgo que conlleva la audacia de desafiar la autoridad de mi padre: el castigo consecuente con la comisión de una travesura. No puedo responder “Y yo en el tuyo” porque no me lo mientan y yo quisiera que me lo pudieran mentar como a los demás. “Este niño lo que necesita es un padre que lo ponga derecho”, se dice y no es así. Yo fui un niño bueno, pero triste. Yo echaba de menos a mi padre para poder hacer travesuras y que me diera un sopapo cuando fuese menester, y sufrir un castigo de mi padre. Renuncié a ser travieso porque no tenía un padre que me reprendiera. Con mi padre, repito, yo no hubiera sido un niño bueno y triste como lo he sido.

Esta carencia no me hace feliz, y no es porque considere la causa de mi turbación, que seria lo lógico, sino porque me produce tristeza. Una honda tristeza que supera a todo lo demás y que me ha acompañado y me acompañara siempre. Es algo irremediable e inconsolable. Esto es lo que me han hecho y puedo llamarlo, como se dice ahora, un daño colateral a la condición de orfandad que también me ha sido donada graciosamente, o sea con toda la gratuidad posible.

¿Quién o que es capaz de remediar o consolarme de esto? ¿A que paráclito he de acudir en demanda de consuelo?

Cuando despierta en mi el niño que todos llevamos dentro, a estas altura incluso, me siento melancólico y triste. Es entonces cuando se apodera de mi un sentimiento masoquista, esto es que gozo dentro de mi melancolía y me revuelco en ella y asi cuando algunas veces paseando al atardecer, por la franja de bajamar de la Playa de las Redes, en compañía “El rayo que no cesa”, me complace oír a Miguel:

“Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo me hallo, no se halla

hombre más apenado que ninguno”.

“LA MADRE”

“LA MADRE”

Cuando enviudó tenia sesenta años. Era bajita, metida en carnes, y algo sorda. Quizás debido a esto, parecía mas seria de lo que era.

Tenia siete hijos, cinco hembras y dos varones. Todos estaban casados. Después de la muerte del padre, el varón mayor, junto con su mujer y dos hijos, se fue a vivir a casa de la madre.

Las hijas, de aspecto físico parecido al de ella, eran alegres, gritonas, y mal habladas. Cuando coincidían todas en la casa familiar parecía que estaban celebrando una fiesta.

De noche, en verano, con la habitación fuertemente iluminada, abrían del todo las ventanas del salón y jugaban a las cartas en la mesa de centro de este.

Hasta cuando reñían a causa de los lances del juego, sus voces sonaban alegres. Yo las veía y oía desde la ventana del mío que da justamente enfrente, y se me alegraba el alma.

La vieja murió y todo acabó. Las hijas ya no visitan la casa. El hijo y su mujer tienen un pequeño negocio en el otro extremo del pueblo, y solo van a la casa para dormir. Ahora, de noche en la vivienda, solo se ve una pequeña y mortecina luz.

La madre al morir, se llevó el alma de la casa.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Historia de un luchador. Por Manolo Morillo

Historia de un luchador. Manolo Morillo. ( En "El orden de los tiempos" . Diario de Cádiz de 2 de Diciembre de 2007.)


Niño en una posguerra atroz de hambre y oscuridad, monago insumiso, cómplice de estraperlista, militante antifranquista clandestino, obrero fabril, albañil capaz y vecino solidario sin etiquetas.


Casi octogenario, Luís Rincón Noya contempla desde la atalaya de su 3º A de la Plaza del maestro Dueñas, junto a su compañera de todas sus vidas, Soledad, no en balde son progenitores de siete hijos con todos sus avíos, las grandezas y las miserias que la condición humana le ha mostrado a lo largo de su ya luenga existencia. De figura menuda y corazón grande, este lazarillo que fue de ciego, sindicalista orgulloso de su clase, y desengañado de la partitocracia en donde los actores principales y únicos del panorama político son los grandes partidos, se reivindica día a día como amo de casa, abuelo vocacional y ferviente amante de la lectura, que en sus ratos libres escribe con la bonhomía que siempre ha llevado por bandera.
Dice que nació sin habérsele pedido permiso el 27 de marzo de 1929 en la Calle Larga, muy cerquita de casa de señoritos, en el seno de una familia pobre pero muy honrada. Su padre Salvador, que murió cuando Luís no levantaba un palmo del suelo, era de oficio “jilaó”. Se dedicaba a elaborar las cuerdas que después usaban los rederos para hacer las redes de pesca, y lo dejó rodeado de mujeres como único varón entre siete hermanos.
De una infancia de posguerra repleta de calamidades, de hambre y de incomprensiones, recuerda como a un cuñado suyo, Manolo, que regentaba el bar Los Cisnes en plena Calle Luna, cuando los sublevados contra la República se hicieron con el control de la ciudad, le cerraron el local previo destrozo del mismo que, unido a su reciente viudez hizo que se trastornara por completo recluyéndosele en su casa por loco. Locura convenientemente fingida a instancias de un amigo falangista para evitar el casi seguro fusilamiento que le esperaba si llegaba a curarse.
O cuando un comandante militar de triste memoria en El Puerto, hizo masticar a dos de sus hermanas la bandera republicana por haber asistido a la manifestación del último primero de mayo antes del alzamiento militar. Raro era el día en que no veía a su madre –costurera de pobres- llorar por el fusilamiento de un esposo, un padre, un hermano o alguna amiga o conocida. Su casa, recuerda, durante mucho tiempo fue un velatorio permanente.
“Era horrible ver a la gente por la calle en los años cuarenta morirse de hambre. No en sentido figurado, sino literalmente caerse muertos de hambre”, reflexiona en voz alta este superviviente de la lucha fraticida entre hermanos, al que tocó casi siempre estar en el tramo medio vacío de la botella. La recogida de caracoles, el rebusco en las tinas donde echaban los restos del pescado después de limpiarlos, las labores propias de monago en la Iglesia Mayor Prioral, portear maletas en la estación de ferrocarril y ayudar a los estraperlistas en el transporte de su carga, fueron entre otras, actividades que permitieron tanto a él como a su familia supervivir en aquella sinrazón de existencia.
Su aprendizaje de la cerrajería y forja, ocupación que le cautivó por encima de cualquier otra, le llevó hasta la primera fábrica de botellas que hubo en El Puerto, y cuando ésta cerró por falta de materia prima como consecuencia de la guerra mundial, entró a formar parte de la plantilla de otra de baldosas que también llegó a cerrar por el mismo motivo. Pero fue su último y definitivo trabajo como albañil en la fábrica de botellas V.I.P.A., en el que estuvo hasta su jubilación, el que despertó su conciencia social y de clase a favor del mundo obrero.


Su incorporación al movimiento sindical se comprende con estas palabras: “Cuando llegué a la fábrica y vi a un centenar largo de hombres trabajando en unas condiciones laborales infamantes, con un calor de muerte y sirviendo a unas máquinas de fabricación automática con medios artesanales, comprendí que la época de la esclavitud aún no había terminado”. Fue Esteban Caamaño Bernal quien a través de Calixto García, compañero de la fábrica, el que le introdujo en la Hermandad Obrera de Acción Católica (H.O.A.C.). En el sindicato vertical de la época fue enlace sindical, jurado de empresa, presidente de la sección social local del Sindicato de Construcción, Vidrio y Cerámica, y vocal provincial de esta misma rama.
Colaboró con Esteban, Isidoro Gálvez y su hermano Manolín y otros compañeros de Cádiz, San Fernando y Jerez en la implantación por esta zona del Sindicato Unión Sindical Obrera (U.S.O.). Siente especial admiración y aprecio por Tina Aguinaco y Jaime San Narciso, dos asturianos, profesora ella y médico él, que por sus estudios y formación pertenecían a la clase media, pero que sin embargo, por sus valores humanos estaban más cerca de los pobres que sus propios congéneres.
Con la restauración de la democracia abandonó un tanto desengañado el mundo sindical y político, pero sus inquietudes solidarias le llevaron a impulsar el movimiento vecinal incipiente que se habría paso en esos momentos de apertura del país. Tuvo el honor –según sus palabras- de ser el primer presidente de la Asociación de Vecinos “San Jaime” en la zona de Crevillet.
Ahora, tras una larga y trabajada vida de compromiso hacia los demás, su descanso activo lo ejerce como escritor ya premiado en algunos certámenes literarios, manteniendo por siempre el orgullo de haberse ganado la amistad y el respeto de todos sus compañeros en el mundo del trabajo.

Manolo Morillo