Biografía.

Luis Rincón, mi padre, anda ya cercano a los 80 y ha vivido de todo: fue niño en una postguerra atroz de hambre y oscuridad, fue monago insumiso y cómplice de estraperlista, militante antifranquista clandestino, obrero fabril y albañil capaz, vecino solidario y patriarca de una prole inmensa y diversa con más bocas que vergüenza.


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Ahora ejerce sobre todo de amo de casa y abuelo, y ,en los ratos libres, escribe. Y lo hace como todo lo que ha hecho en su vida: de corazón.

INDICE DE LOS ULTIMOS TRABAJOS PUBLICADOS:

Los relatos irán apareciendo en la blog a medida que vaya siendo posible. Para leer cualquiera de ellos sólo tienes que pinchar sobre su nombre en la lista que viene a continuación. Sé que Luís agradecerá que comentes al final su relato pinchando en la parte que dice "Esta historia me ha parecido...".


Navidad con amor

Con este relato, Luis Rincón acaba de ganar el IV Certamen Literario "Francisco Maria Arroyo Benitez" que convoca el CEPEr Viento de Levante de Cadiz. ¡Enhorabuena , Luis!


Vida y muerte de un obrero español


La madre

Soy
Lo ajeno, lo propio y el niño

Pequeña historia de un niño pequeño Finalista en el XIV Certamen Experiencia y Vida que organiza la Junta de Extremadura en Octubre 2007

¿Que es lo que me falta a mi? De José Valiente Moreno
Finalista en el XIV Certamen Experiencia y Vida que organiza la Junta de Extremadura en Octubre 2007

Pepín
Torero y ....olé. ( El Coco III)
El suicidio de la mujer del "Coco"
El médico del "Coco"




Sus canciones

La murga de los currelantes

miércoles, 26 de enero de 2011

Reflexiones

Mi padre, Luis Rincón, murió el 22 de enero rodeado de sus seres queridos, tras haberse despedido con lucidez de cada uno de ellos, tras habernos regalado 82 años de vida honrada y comprometida con la gente trabajadora, con su clase.
Nos dejó dos legados: por un lado su inmensa prole y por otro, su utopía: que un día veamos una tierra - Labordeta - que ponga Libertad, una tierra donde se acabe eso de que " hay quien come y no trabaja y hay quien trabaja y no come", donde haya una plaza que lleve su nombre y allí podamos sentirnos orgullosos y orgullosas de descansar tras haber cumplido con las tareas que nos encomendó un hombre bueno. Os dejo aquí sus palabras escritas unos meses antes:

Para darse cuenta de lo perfecta que es la maquinaria humana no hay más que fijarse en lo selectiva que es la memoria. Las personas mayores como yo, que tengo casi ochenta años, rara vez pensamos en la muerte. Estoy pluralizando porque supongo que a los demás les ocurrirá lo mismo que a mí.

Esto me parece maravilloso pues en realidad, con lo cerca que la tenemos, debería ser entre nosotros un pensamiento permanente. A mí se me ha ocurrido hoy pensar y divagar sobre ella porque en tres años se me han muerto tres hermanas, la última muy recientemente. Y me parece que merece la pena hablar de “La Parca” porque el nacer y el morir son las dos cosas más importantes en la vida de las personas y, curiosamente, en ninguna de las dos nada nuestra voluntad, salvo en la segunda en caso de suicidio.

Al pensar en ella se me ocurren muchas cosas de las que me veré privado cuando llegue la de “La Guadaña”. Por ejemplo: pienso que ya nunca más respiraré, ni orinaré, ni lo otro, tampoco dormiré, ni saludaré a mi mujer ni a mis amigos. No podré recrearme en la belleza de las mujeres. No iré al bar a tomarme un par de tintos, según tengo por costumbre. No leeré la prensa, ni escribiré la cantidad de tonterías que ahora escribo. Tampoco veré más la tele, aunque esto, según está de sucia, quizás sea una bendición.

No besaré a mi mujer ni a mis hijos, no veré crecer a mis tataranietos y no sabré que ha sido de los demás. Tampoco sabré si, por fin, alguna vez el capitalismo se ha ido a la mierda y se ha instaurado un nuevo orden. Tampoco sabré si los hijos de p... de los países ricos se deciden de una vez a terminar con el hambre en el mundo. No me enteraré si los países pobres se han decidido, por fin, a invadirnos en masa y mandarnos al infierno.

No veré más amanecer ni atardecer. Tampoco veré más la playa ni me bañaré en el mar. Otra cosa importante es que dejaré de cobrar la pensión y no tendré que preocuparme más del puñetero dinero. Creo que alguna ventaja ha de tener el morirse.

Si es cierto que allá nos reuniremos todos alguna vez, conoceré como era mi padre, el cual se murió siendo yo muy pequeño y no tengo de él ni una foto. Veré de nuevo la cara de mi hijo Miguel Ángel, el que nació gemelo y murió muy pequeño. Me reuniré con toda mi familia y la de mi mujer. Con todos mis amigos y con mis enemigos, que también algunos habrá por allá.

De verdad lo que creo es que, si tenemos un espíritu inmortal, este se disolverá en el espacio infinito y pasará a formar parte del cosmos.

sábado, 10 de mayo de 2008

Navidad con amor

Con este relato, Luis Rincón ha ganado el IV Certamen Literario "Francisco Maria Arroyo Benitez" que convoca el CEPEr Viento de Levante de Cadiz. ¡Enhorabuena , Luis!




Su nombre era Maria pero todo el mundo le llamaba Marujita. Yo la conocí hace mas de treinta años, entonces era una mujer de unos cincuenta, pero como era pequeñita y delgada aparentaba muchos menos. Estaba casada y tenía seis hijos, tres hembras y tres varones. Su matrimonio no era ni feliz ni desgraciado, eran una pareja mas de la época, mujer sumisa y marido autoritario.
Sobre unos diez años después de yo haberla conocido, enviudó. Al quedarse sola y con todos los hijos casados estos se reunieron y, pensando en el porvenir de su madre, decidieron que se fuera a vivir con una hija que hacia poco se había separado del marido. Esta, que tenia dos hijos pequeños y trabajaba fuera del hogar, es la que mas insistió en esa solución, seguramente pensando – a tenor de lo que ocurrió después- que de esa manera tenia niñera para sus hijos y una empleada de hogar gratis. También pensaría que algún dinerillo le sacaría a su madre de la exigua paga de la viudez. A nadie le amarga un dulce.
Así quedó arreglado. Como el piso tenia tres dormitorio, la hija ocupaba uno, los dos niños otro y la abuela el tercero. La madre de los niños se iba a trabajar por la mañana y cuando volvía se lo encontraba todo hecho. La abuela ya había llevado los chicos al colegio, tenia la comida preparada y la casa limpia. Todo marchaba estupendamente y ella tenía tiempo sobrado para divertirse sin faltar a sus obligaciones.
Pero el tiempo pasa. Los hijos se fueron haciendo mayores y la abuela también. Cuando el pudor lo hizo imprescindible hubo que separar al varón de la chica. Entonces la abuela paso a dormir en la habitación de la niña, no sin cierta resistencia de esta. Cuanto mayor se hacia la muchacha mas ostensible era esta protesta, en ocasiones al referirse a ella ya no la nombraba como su abuela sino como: “esa vieja apestosa”.
Pasó más tiempo. La abuela, con mas setenta años, ya no era tan diligente como antes y las riñas con su hija eran frecuentes. Llego el momento en que los nietos se casaron y abandonaron el piso, la hija se prejubiló y pasó a ocuparse de la casa, entonces la abuela comenzó a ser un estorbo: ya no era necesaria su colaboración.
Cuando la salud de la anciana se deterioró y requirió cuidados especiales, la hija explotó, reunió a los hermanos y les planteó la papeleta:
-A la “vieja” tenemos que cuidarla entre todos- dijo, y continuó –No voy a comerme el marrón yo sola.
El escándalo que estas palabras originó fue mayúsculo.
-¡Que graciosa eres! –exclamó uno –Mientras ha estado buena y sana y ha valido para quitarte las mierdas todo ha ido bien, pero ahora que está vieja nos la quieres endosar a nosotros. ¡Te la vas a comer con patatas!
¿Eso digo yo!- gritó otro –Mientras te has estado chupando su paga y teniendo una criada de balde no has dicho ni pió. Es ahora que ya no puede trabajar cuando te estorba. ¡Pues yo no me la llevo!
-Además- bramó una tercera – Que todas tenemos hijos y trabajos que atender y tu estas sola y jubilada, conque a ti te corresponde su cuidado.
Así estuvieron discutiendo horas y horas mientras la anciana los escuchaba desde la habitación de junto. No habían tenido ni la delicadeza de reunirse donde ella no pudiera oírlos. Al fin se pusieron de acuerdo en tenerlas un mes cada uno y el primero de la lista se llevó el “paquete”. Pero no acabaron ahí las discusiones. Cuando el que la había tenido un mes la entregaba al otro que le correspondía, este examinaba a la pobre mujer como se examina a una bestia de carga antes de comprarla. Así estuvieron cierto tiempo hasta que la salud de la anciana empeoró del todo.
Cuando esto ocurrió estaba la abuela con la hija primera y esta volvió a reunir a todos los hermanos para decirles que ella no podía atender a la “vieja” y que había que buscar otra solución. Nadie quería hacerse cargo de la pobre mujer y como tenia un dinerillo ahorrado en su cartilla, decidieron aprovecharlo para meterla en una institución para mayores. Esta era de pago y bastante cara, por lo que solo alcanzo para tener a la anciana “recluida” durante tres meses.
Cuando el dinero se acabó y tuvieron que sacarla de la residencia se originó otra vez el mismo problema: nadie quería hacerse cargo de ella. A fuerza de mucho pelear quedaron en tenerla una semana cada uno. La infeliz anciana estuvo viajando como un paquete de un lado para otro durante algún tiempo hasta que se aproximaron las fiestas navideñas. Al llegar esos días, durante los cuales se vive la exaltación del amor entre los seres humanos y muy particularmente entre las familias, la pobre mujer estorbaba mas que nunca y comenzó un éxodo entre los domicilios de los hijos a ver quien se hacia cargo de ella.
La que la había tenido durante aquella semana la llevó primeramente a la que le correspondía según el turno que ellos mismos se habían asignado. Esta se negó rotundamente a recogerla.
-Mi hijo el mayor viene de Barcelona con su familia a pasar las navidades con nosotros y la habitación que le iba a dar a la “vieja” la necesito para ellos. Y además que no les voy a amargar la vida conviviendo con una persona que se caga y se mea encima. Llévasela a Pepita, que como no tiene hijos, puede tenerla con más facilidad.
La mujer volvió al coche donde la anciana, recostada en el asiento posterior junto a la ventanilla semiabierta, parecía no darse cuenta de nada.
-¡Vaya trabajito que me estas dando, mamá!- dijo la hija poniendo el coche en marcha -Vamos a ver por donde sale la otra-
Cuando llegan a casa de la tal Pepita esta se mostró muy sorprendida.
-¡Anda que sorpresa! ¿Le estas dando un paseito a la vieja?
-¡Que paseito ni que leche! La traigo para que te quedes con ella durante las fiestas.
-¿Quién yo? Anda mujer ¿Esta semana no le tocaba a la Andreita? -Si. Pero dice que no puede porque……
-Pues si ella no puede yo tampoco puedo. Entra para que veas que estoy haciendo las maletas para irnos a Marruecos a pasar las Navidades.
-¿Entonces, que hago?- dijo la otra con voz de rabia y a punto de llorar.
-Llévasela a Pepito. El tiene sitio de sobra en el chalet.
-Voy a ir. Pero como ese tampoco quiera, los denuncio a ustedes.
-Has lo que te de la gana- y cerró dando un portazo Volvió al coche donde la vieja seguía en su asiento con cara de estar dormida
-¡Anda hija! ¡Que tranquilita estas ahí! ¡No sabes la sofocación que yo estoy pasando por tu culpa!
Al fin llegaron al chalet. Este tenía una presencia impresionante, una gran casa con garaje aparte y una hermosa piscina. La mujer tocó el claxon repetidamente y le abrieron la verja de entrada desde la casa con un mando automático. Pasó al interior y aparcó el coche junto a la piscina. Se apeó y saludó a su hermano que la observaba desde una ventana.
-¡Hola! ¿Qué te trae por aquí?
-Pues aquí te traigo a tu madre. Es necesario que te quedes con ella.
¡Que yo me quede con ella! ¡Tu estas loca! Yo la tuve la semana pasada y me quedé hasta los co……de la puñetera “vieja”. Ya no me toca hasta dentro de un mes.
La discusión se hizo interminable. Al final la mujer, llorosa y desgreñada, regresó al automóvil. De repente se quedó inmóvil. La madre había desaparecido.
¡Pepe!- gritó- ¡Mamá no está en el coche!
-¿Qué dices?- preguntó el hermano saliendo de la casa.
-¡Que la vieja ha desaparecido-
-Vamos. No te alarmes. A lo mejor ha tenido alguna necesidad y se ha agachado detrás de un seto.
-¡Pedazo de idiota! ¿Detrás de un seto? Si casi no puede moverse.
Estuvieron buscando un rato hasta que el hermano pasó junto a la piscina y se quedó petrificado. En el agua, flotando entre la hojarasca otoñal, destacaba un bulto negro que parecía una gran y desarticulada muñeca.



Luis Rincón
Navidad 2007

domingo, 17 de febrero de 2008

Vida y muerte de un obrero español



Miguel Rodríguez, apodado “El Flamenco”, tenía cincuenta y siete años cuando cerraron la fábrica donde ejercía su oficio de mecánico ajustador. Hasta entonces su vida había transcurrido entre el trabajo en la misma, donde llevaba treinta años, y la crianza de sus hijos. También, como labor extra, había militado –en los tiempos oscuros del franquismo- en los sindicatos y partidos políticos clandestinos en pro de las libertades democráticas para el pueblo español.

Al quedarse sin trabajo pasó, como es natural, a cobrar el desempleo. La cantidad que cobraba por ese concepto era inferior al sueldo que tenia cuando trabajaba, pero le permitía seguir viviendo con cierto desahogo. Cuando llevaba unos cuantos meses en el paro; enfermó. Llevaba cierto tiempo sintiéndose triste y desganado hasta que su mujer le llevo, casi a rastras, al medico. Nunca había estado enfermo de cuidado. En su vida laboral sufrió varios accidentes de trabajo pero todos de poca importancia.

Por eso cuando los médicos le diagnosticaron una tuberculosis pulmonar el mundo se le vino abajo. Un medico, excelente especialista en neumología, le prometió curarlo en ocho o nueve meses y lo cumplió. Pero en el plano económico la enfermedad lo hizo polvo. Hubo un tiempo en que cuando un obrero enfermaba estando cobrando el desempleo se cortaba este, el enfermo pasaba a cobrar por la enfermedad y cuando sanaba percibía el resto del subsidio. Pero, “como un avance social”, una nueva ley determinó que cuando un desempleado enfermaba siguiera percibiendo el subsidio hasta terminarlo.

Esto le ocurrió a nuestro amigo Miguel. Coincidió el término del subsidio con la curación de su enfermedad y la consiguiente alta medica. Casi de forma continua recibió una llamada del inspector medico del seguro, este después de leer el informe del especialista, le dijo que lo iba a proponer para la jubilación anticipada por las secuencias residuales de la enfermedad que le impedía ejercer su oficio





Mientras se resolvía este expediente Miguel fue cobrando una cantidad que el seguro le asignó como paga para su convalecencia. Al cabo de unos meses fue llamado al tribunal que tenia que determinar sobre su invalidez Este tribunal consistía en un medico y su correspondiente enfermera. A nuestro amigo Miguel le llamaban el “Flamenco” porque tenia un tipo airoso y juvenil y daba la sensación de tener menos edad de la que marcaba su carné de identidad.

Cuando el medico lo vio entrar en la consulta con su ligero andar de bailarín, su camisa veraniega de mangas cortas y el moreno natural que poseía, inmediatamente y sin leer el historial que llevaba, le dio el alta para trabajar, pero a un hombre de sesenta años nadie le da trabajo. Después de eso también se le terminó la paga del seguro pues esta tenia una fecha límite, y nuestro desventurado compañero se vio obligado a solicitar la ayuda que el estado daba a los desempleados de larga duración.

El pozo de amargura y desesperación de Miguel se había ido llenando al mismo tempo que disminuían sus ingresos y su auto estima, al tener que aceptar la ayuda de sus hijos para sobrevivir. Terminó de rebosar cuando cobró la primera mensualidad de dicha ayuda: el sueldo mensual que cobraba estando trabajando se había ido reduciendo hasta quedarse en una cuarta parte.

Miguel Rodríguez apodado el “Flamenco” llegó a su casa con aquella ridícula cantidad. Quiso la fatalidad que su mujer no estuviera en el domicilio en aquel momento. El hombre, con el rostro demudado, escribió torpemente una nota, cogió un trozo de cuerda, salió a las afueras y se colgó de un árbol en un pinar próximo.

Así terminó un hombre que lo único que había hecho en su vida era trabajar y producir para una sociedad que, con sus injusticias, lo condujo a la muerte.

sábado, 8 de diciembre de 2007

" ¿Qué es lo que me falta a mí?" de Jose Valiente Moreno

¿Qué es lo que me falta a mi?

(Reflexiones de un anciano de 83 años que quedó

huerfano de padre 70 años atrás)

Todos habremos visto alguna vez en noticiarios o documentales televisivos a un grupo de niños de Irak, por ejemplo, afanados en atrapar víveres o golosinas de manos de soldados de ocupación de su país. Ellos, los niños, que se supone eran huérfanos a consecuencia de la guerra desencadenada por los mandatarios de esos mismos soldados, no tienen conciencia esta circunstancia y se sienten felices porque van a ver satisfecho se presente y urgente deseo: aplacar su hambre: las causas que dieron lugar a esta situación, si son conocidas por ellos, las tienen aparcadas.

Pero a todo hay quien gane. Y no es que consideremos esto frívolamente como una simple competición deportiva ni mucho menos, sino que se trata de poner de manifiesto diferencias que se pueden darse, y de hecho se dan, para dar a conocer situaciones que nos permitan hacer un juicio certero al expresar nuestras apreciaciones.

El que esto suscribe, y otros muchos como él, no recibían alimentos envasados, con todas las garantías necesarias, incluso sus envases rotulados a propósito para hacer saber su procedencia e intención. No tenían mas remedio, si querían ver satisfecha su necesidad de comer, que avenirse a rebañar de platos donde habían dejado sus babas unos mercenarios fascistas italianos y los restos que hubieron quedado del rancho en su recipiente para volcarlos en el puchero que portaban al efecto.

Estos “Camisas Negras” italianos no eran los causantes de nuestra orfandad. Eran enviados por su gobierno en ayuda al dictador de nuestra guerra civil, declarada para mas “INRI” “Cruzada de Liberación Nacional”, o una mas espectacular declaración de intenciones: “liberarnos de las hordas marxistas” según se decía con mucho énfasis.

No tenían estos huérfanos de republicanos el consuelo de saber que sus padres habían caído en defensa de sus ideales, porque habían sido perseguidos, acorralados y eliminados cual alimañas, Sin procesos, sin cargos, sin posibilidades de defenderse, con alevosía y nocturnidad. No tuvieron los creyentes, que sin duda los habría, y a pesar de tener los verdugos de su parte a la iglesia, asistencia de tipo espiritual tan necesaria para el creyente y hasta para su familia.

Sin embargo estos huérfanos trataban de remediar su mas inmediata y urgente necesidad: su alimentación, su hambre que no el llamado apetito de manjares, sino sus ganas de comer, de masticar, de deglutir, de callar esos elementos químicos que en el estomago exigen materiales con que cumplir su misión de digestivos y llaman sin piedad, con exigencias, desvergonzadamente, porque es asi de agresiva la naturaleza humana.

Pero una vez satisfecha esa imperiosa necesidad y hasta una hora después, transcurría la vida normal de los pequeños y es entonces cuando se presentan de improviso momentos, no de dolor ni de pena, sino de otra índole desconocida. Así:

-“Pues mi padre me ha dicho que no es asi” me replica un niño en una pequeña discusión. Yo me quedo estupefacto. No encuentro respuesta ni argumentos con que responder a este tan contundente.

“-Yo no voy a bañarme con ustedes al canal porque se entera mi padre y…” Otro mazazo para mí.

“-Niño quítate de en medio”

“-No me da la gana”

“_Pues mi cago en tu padre”

Aquí si tengo la repuesta adecuada pero no me da tiempo reaccionar, uno mayor que yo interviene en mi defensa: “¡Niño no le digas eso! ¿No ves que lo tiene muerto?

¿Qué ocurre conmigo? ¿Es que soy más afortunado que otros? Creo que no, que me falta algo. No puedo apoyarme en la opinión de mi padre para discutir lo que sea. Me falta el morbo del riesgo que conlleva la audacia de desafiar la autoridad de mi padre: el castigo consecuente con la comisión de una travesura. No puedo responder “Y yo en el tuyo” porque no me lo mientan y yo quisiera que me lo pudieran mentar como a los demás. “Este niño lo que necesita es un padre que lo ponga derecho”, se dice y no es así. Yo fui un niño bueno, pero triste. Yo echaba de menos a mi padre para poder hacer travesuras y que me diera un sopapo cuando fuese menester, y sufrir un castigo de mi padre. Renuncié a ser travieso porque no tenía un padre que me reprendiera. Con mi padre, repito, yo no hubiera sido un niño bueno y triste como lo he sido.

Esta carencia no me hace feliz, y no es porque considere la causa de mi turbación, que seria lo lógico, sino porque me produce tristeza. Una honda tristeza que supera a todo lo demás y que me ha acompañado y me acompañara siempre. Es algo irremediable e inconsolable. Esto es lo que me han hecho y puedo llamarlo, como se dice ahora, un daño colateral a la condición de orfandad que también me ha sido donada graciosamente, o sea con toda la gratuidad posible.

¿Quién o que es capaz de remediar o consolarme de esto? ¿A que paráclito he de acudir en demanda de consuelo?

Cuando despierta en mi el niño que todos llevamos dentro, a estas altura incluso, me siento melancólico y triste. Es entonces cuando se apodera de mi un sentimiento masoquista, esto es que gozo dentro de mi melancolía y me revuelco en ella y asi cuando algunas veces paseando al atardecer, por la franja de bajamar de la Playa de las Redes, en compañía “El rayo que no cesa”, me complace oír a Miguel:

“Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo me hallo, no se halla

hombre más apenado que ninguno”.

“LA MADRE”

“LA MADRE”

Cuando enviudó tenia sesenta años. Era bajita, metida en carnes, y algo sorda. Quizás debido a esto, parecía mas seria de lo que era.

Tenia siete hijos, cinco hembras y dos varones. Todos estaban casados. Después de la muerte del padre, el varón mayor, junto con su mujer y dos hijos, se fue a vivir a casa de la madre.

Las hijas, de aspecto físico parecido al de ella, eran alegres, gritonas, y mal habladas. Cuando coincidían todas en la casa familiar parecía que estaban celebrando una fiesta.

De noche, en verano, con la habitación fuertemente iluminada, abrían del todo las ventanas del salón y jugaban a las cartas en la mesa de centro de este.

Hasta cuando reñían a causa de los lances del juego, sus voces sonaban alegres. Yo las veía y oía desde la ventana del mío que da justamente enfrente, y se me alegraba el alma.

La vieja murió y todo acabó. Las hijas ya no visitan la casa. El hijo y su mujer tienen un pequeño negocio en el otro extremo del pueblo, y solo van a la casa para dormir. Ahora, de noche en la vivienda, solo se ve una pequeña y mortecina luz.

La madre al morir, se llevó el alma de la casa.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Historia de un luchador. Por Manolo Morillo

Historia de un luchador. Manolo Morillo. ( En "El orden de los tiempos" . Diario de Cádiz de 2 de Diciembre de 2007.)


Niño en una posguerra atroz de hambre y oscuridad, monago insumiso, cómplice de estraperlista, militante antifranquista clandestino, obrero fabril, albañil capaz y vecino solidario sin etiquetas.


Casi octogenario, Luís Rincón Noya contempla desde la atalaya de su 3º A de la Plaza del maestro Dueñas, junto a su compañera de todas sus vidas, Soledad, no en balde son progenitores de siete hijos con todos sus avíos, las grandezas y las miserias que la condición humana le ha mostrado a lo largo de su ya luenga existencia. De figura menuda y corazón grande, este lazarillo que fue de ciego, sindicalista orgulloso de su clase, y desengañado de la partitocracia en donde los actores principales y únicos del panorama político son los grandes partidos, se reivindica día a día como amo de casa, abuelo vocacional y ferviente amante de la lectura, que en sus ratos libres escribe con la bonhomía que siempre ha llevado por bandera.
Dice que nació sin habérsele pedido permiso el 27 de marzo de 1929 en la Calle Larga, muy cerquita de casa de señoritos, en el seno de una familia pobre pero muy honrada. Su padre Salvador, que murió cuando Luís no levantaba un palmo del suelo, era de oficio “jilaó”. Se dedicaba a elaborar las cuerdas que después usaban los rederos para hacer las redes de pesca, y lo dejó rodeado de mujeres como único varón entre siete hermanos.
De una infancia de posguerra repleta de calamidades, de hambre y de incomprensiones, recuerda como a un cuñado suyo, Manolo, que regentaba el bar Los Cisnes en plena Calle Luna, cuando los sublevados contra la República se hicieron con el control de la ciudad, le cerraron el local previo destrozo del mismo que, unido a su reciente viudez hizo que se trastornara por completo recluyéndosele en su casa por loco. Locura convenientemente fingida a instancias de un amigo falangista para evitar el casi seguro fusilamiento que le esperaba si llegaba a curarse.
O cuando un comandante militar de triste memoria en El Puerto, hizo masticar a dos de sus hermanas la bandera republicana por haber asistido a la manifestación del último primero de mayo antes del alzamiento militar. Raro era el día en que no veía a su madre –costurera de pobres- llorar por el fusilamiento de un esposo, un padre, un hermano o alguna amiga o conocida. Su casa, recuerda, durante mucho tiempo fue un velatorio permanente.
“Era horrible ver a la gente por la calle en los años cuarenta morirse de hambre. No en sentido figurado, sino literalmente caerse muertos de hambre”, reflexiona en voz alta este superviviente de la lucha fraticida entre hermanos, al que tocó casi siempre estar en el tramo medio vacío de la botella. La recogida de caracoles, el rebusco en las tinas donde echaban los restos del pescado después de limpiarlos, las labores propias de monago en la Iglesia Mayor Prioral, portear maletas en la estación de ferrocarril y ayudar a los estraperlistas en el transporte de su carga, fueron entre otras, actividades que permitieron tanto a él como a su familia supervivir en aquella sinrazón de existencia.
Su aprendizaje de la cerrajería y forja, ocupación que le cautivó por encima de cualquier otra, le llevó hasta la primera fábrica de botellas que hubo en El Puerto, y cuando ésta cerró por falta de materia prima como consecuencia de la guerra mundial, entró a formar parte de la plantilla de otra de baldosas que también llegó a cerrar por el mismo motivo. Pero fue su último y definitivo trabajo como albañil en la fábrica de botellas V.I.P.A., en el que estuvo hasta su jubilación, el que despertó su conciencia social y de clase a favor del mundo obrero.


Su incorporación al movimiento sindical se comprende con estas palabras: “Cuando llegué a la fábrica y vi a un centenar largo de hombres trabajando en unas condiciones laborales infamantes, con un calor de muerte y sirviendo a unas máquinas de fabricación automática con medios artesanales, comprendí que la época de la esclavitud aún no había terminado”. Fue Esteban Caamaño Bernal quien a través de Calixto García, compañero de la fábrica, el que le introdujo en la Hermandad Obrera de Acción Católica (H.O.A.C.). En el sindicato vertical de la época fue enlace sindical, jurado de empresa, presidente de la sección social local del Sindicato de Construcción, Vidrio y Cerámica, y vocal provincial de esta misma rama.
Colaboró con Esteban, Isidoro Gálvez y su hermano Manolín y otros compañeros de Cádiz, San Fernando y Jerez en la implantación por esta zona del Sindicato Unión Sindical Obrera (U.S.O.). Siente especial admiración y aprecio por Tina Aguinaco y Jaime San Narciso, dos asturianos, profesora ella y médico él, que por sus estudios y formación pertenecían a la clase media, pero que sin embargo, por sus valores humanos estaban más cerca de los pobres que sus propios congéneres.
Con la restauración de la democracia abandonó un tanto desengañado el mundo sindical y político, pero sus inquietudes solidarias le llevaron a impulsar el movimiento vecinal incipiente que se habría paso en esos momentos de apertura del país. Tuvo el honor –según sus palabras- de ser el primer presidente de la Asociación de Vecinos “San Jaime” en la zona de Crevillet.
Ahora, tras una larga y trabajada vida de compromiso hacia los demás, su descanso activo lo ejerce como escritor ya premiado en algunos certámenes literarios, manteniendo por siempre el orgullo de haberse ganado la amistad y el respeto de todos sus compañeros en el mundo del trabajo.

Manolo Morillo

sábado, 24 de noviembre de 2007

“LO AJENO LO PROPIO Y EL NIÑO”



La primera vez que puse en duda el concepto estricto de la propiedad privada fue a través de un libro y de los ojos de un niño.

Era un pequeño tomo de relatos del autor armenio-americano Willian Saroyan. Su título: “Chiquillos”

La acción de uno de estos cuentos transcurre en un apartado pueblecito enclavado en el valle de San Joaquín, en California.

El pequeño Andy para ir al colegio ha de pasar todos los días por una determinada calle. En esa calle hay una pared, no muy alta, que cierra un huerto Por encima de ese muro asoma la rama de un peral.

La primera vez que al joven Andy le llamo la atención esa rama, fue porque estaba florecida. Las pequeñas flores blanco-rosadas del peral se asomaban a la calle. Cuando estas perdieron su lozanía no volvió a mirar la rama.

Pero un día levantó la cabeza al pasar y observo tres pelotitas del tamaño de una nuez, pegada a la rama. Desde entones todos los días las miraba. Vio como iban creciendo, como el verde apagado que tenían al nacer, se volvía vivo y brillante. Luego tomaron un tono amarillento y después un color amarillo con machas rosadas. Algo en su interior le dijo que las peras habían llegado a su madurez.

Una mañana no lo penso. La tapia llena de resaltos y desconchones no fue obstáculo para la audacia de su espíritu y la agilidad de sus piernas. Subió hasta la rama, cogió las peras, se las metió entre la camisa y el cuerpo, bajó, y continúo hacia la escuela.

Al llegar entro en la clase y ocupo su pupitre. El señor Walter, el maestro, paso lista. Cuando los chicos oían su nombre debían levantarse y saludar al profesor. Cuando le llego el turno a Andy lo hizo asi. Al señor Walter le llamo la atención los bultos de la camisa. Hizo subir al chico al estrado y le interrogo:

-A ver pequeño. ¿Qué lleva usted ahí?-

-Son tres peras, señor-

-Muéstrelas, por favor. Pues si. Son tres hermosas peras. ¿De donde las ha cogido?-

El chaval se lo dijo y el maestro se escandalizó:

-¡Pero ese es el huerto del señor Smith¡ ¡Ha cometido usted un robo¡-

El profesor mando un chico en busca de los padres de Andy y del jefe de policía. Mientras encerró al muchacho en el cuarto de guardar las escobas. Cometió el error de encerrar también las peras.

Mientras aguardaba el chico discurría:

-¿Que será eso del dueño? ¿Por qué dirá que he robado? Yo nunca he visto a nadie cuidando las peras. Mi perro es mío. Me lo regalaron de pequeñito, mi madre le ha dado de comer. Ahora es grande y es mío. Pero a las peras nadie le ha dado de comer. ¡En fin alguien me explicara lo que pasa¡-

Naturalmente mientras esperaba la llegada de las autoridades familiares y civiles, se comió las peras.