“PEPÍN”
Pepín era el típico tonto del pueblo. De pequeño, una meningitis mal curada, lo dejo disminuido psíquico, pero solo psíquico, pues la naturaleza para compensar, lo hizo alto y fuerte como un coloso.
Pepín era de carácter bondadoso. Los chiquillos se burlaban de el. Pepín corría tras ellos. Cuando conseguía atrapar a uno lo miraba con ojos furiosos, levantaba la mano como si fuera a pegarle, y al ver la cara asustada del crío, estallaba en ruidosas carcajadas.
Andrea era una veinteañera, hermosa, bonita de cara y de abundantes y provocativas curvas. Además usaba grandes escotes y faldas muy cortas.
Cuando Pepín veía a Andrea los ojos se le hacían chiribitas. Ella, siempre que pasaba ante él, acentuaba sus llamativos andares. Pepín siempre le hacia la misma pregunta:
-¿Andrea, tu me quieres?- le decía con esa voz aspirada que tienen todos esos hombres-niños.
-Pues claro que te quiero- contestaba ella riéndose.
¿Andrea tu eres mi novia?-
-Claro que si- y seguía con su risa.
-Pues dame un besito-
-Vale, pero las manos quietas ¡he!-
-Mira Andrea donde me pongo las manos- y se las ponía cruzadas en la espalda.
Andrea se acercaba y lo besaba en la frente. Al mismo tiempo le ponía la abundante pechuga bajo los ojos. Pepín se derretía.
Al dia siguiente igual:
-Andrea. ¿Tu eres mi novia?
-Claro que si-.
-¿Tu no me engañarás?¿Verdad?
-¿Yo… engañarte?¡ Anda hombre-.
-Como me engañes me voy a enfadar-.
Así continuaron durante mucho tiempo.
Como en todos los pueblos en aquel había un sitio donde iban las parejas a solazarse. Andrea era de las mozas que mas se solazaban.
Este sitio allí se llamaba “El Pradillo”
-Andrea- decía Pepín- ¿Cuándo vamos a ir nosotros al “Pradillo”?
-Pronto Pepín, pronto. Ya te avisaré.
Llegó la feria del pueblo y Andrea bailó con todos los jóvenes que se lo pidieron. Cuando el baile se estaba terminando y ya se encontraba algo mareada de vino y bailoteo divisó a Pepín entre los curiosos que la observaban, se acercó a él y lo sacó a bailar. El muchacho, que también estaba algo borracho, se pegó a ella como una lapa. Al terminar el baile le hizo la misma pregunta:
-Andrea ¿Tú me quieres?
-Claro que si Pepín
-¿Cuándo vamos a ir al Pradillo?
-A lo mejor vamos hoy
Algo más tarde estaba Pepín tumbado bajo un soportal durmiendo el vino, cuando un mozo del pueblo -que siempre le gastaba bromas pesadas- llego hasta el y lo despertó diciéndole:
-Pepín Andrea va sola para el Pradillo y dice que vayas. Que te espera. Pero que antes te laves un poco.
Después de lavarse en el pilón donde bebían las bestias, Pepín llego al Pradillo. Este, que distaba poco del pueblo, era una vaguada amplia con unos chaparros crecidos. Pepín oyó voces procedentes de uno de ellos. Se acercó. Efectivamente, allí estaba Andrea medio desnuda, revolcándose con el mozo del aviso.
En la tarde caliente y silenciosa las gentes del pueblo vieron llegar a Pepín por el centro de la calle.
Cogidos por los brazos arrastraba tras si dos cadáveres con la cabeza destrozada.
-Me han engañado- repetía una y otra vez.
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