Biografía.

Luis Rincón, mi padre, anda ya cercano a los 80 y ha vivido de todo: fue niño en una postguerra atroz de hambre y oscuridad, fue monago insumiso y cómplice de estraperlista, militante antifranquista clandestino, obrero fabril y albañil capaz, vecino solidario y patriarca de una prole inmensa y diversa con más bocas que vergüenza.


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Ahora ejerce sobre todo de amo de casa y abuelo, y ,en los ratos libres, escribe. Y lo hace como todo lo que ha hecho en su vida: de corazón.

INDICE DE LOS ULTIMOS TRABAJOS PUBLICADOS:

Los relatos irán apareciendo en la blog a medida que vaya siendo posible. Para leer cualquiera de ellos sólo tienes que pinchar sobre su nombre en la lista que viene a continuación. Sé que Luís agradecerá que comentes al final su relato pinchando en la parte que dice "Esta historia me ha parecido...".


Navidad con amor

Con este relato, Luis Rincón acaba de ganar el IV Certamen Literario "Francisco Maria Arroyo Benitez" que convoca el CEPEr Viento de Levante de Cadiz. ¡Enhorabuena , Luis!


Vida y muerte de un obrero español


La madre

Soy
Lo ajeno, lo propio y el niño

Pequeña historia de un niño pequeño Finalista en el XIV Certamen Experiencia y Vida que organiza la Junta de Extremadura en Octubre 2007

¿Que es lo que me falta a mi? De José Valiente Moreno
Finalista en el XIV Certamen Experiencia y Vida que organiza la Junta de Extremadura en Octubre 2007

Pepín
Torero y ....olé. ( El Coco III)
El suicidio de la mujer del "Coco"
El médico del "Coco"




Sus canciones

La murga de los currelantes

sábado, 8 de diciembre de 2007

" ¿Qué es lo que me falta a mí?" de Jose Valiente Moreno

¿Qué es lo que me falta a mi?

(Reflexiones de un anciano de 83 años que quedó

huerfano de padre 70 años atrás)

Todos habremos visto alguna vez en noticiarios o documentales televisivos a un grupo de niños de Irak, por ejemplo, afanados en atrapar víveres o golosinas de manos de soldados de ocupación de su país. Ellos, los niños, que se supone eran huérfanos a consecuencia de la guerra desencadenada por los mandatarios de esos mismos soldados, no tienen conciencia esta circunstancia y se sienten felices porque van a ver satisfecho se presente y urgente deseo: aplacar su hambre: las causas que dieron lugar a esta situación, si son conocidas por ellos, las tienen aparcadas.

Pero a todo hay quien gane. Y no es que consideremos esto frívolamente como una simple competición deportiva ni mucho menos, sino que se trata de poner de manifiesto diferencias que se pueden darse, y de hecho se dan, para dar a conocer situaciones que nos permitan hacer un juicio certero al expresar nuestras apreciaciones.

El que esto suscribe, y otros muchos como él, no recibían alimentos envasados, con todas las garantías necesarias, incluso sus envases rotulados a propósito para hacer saber su procedencia e intención. No tenían mas remedio, si querían ver satisfecha su necesidad de comer, que avenirse a rebañar de platos donde habían dejado sus babas unos mercenarios fascistas italianos y los restos que hubieron quedado del rancho en su recipiente para volcarlos en el puchero que portaban al efecto.

Estos “Camisas Negras” italianos no eran los causantes de nuestra orfandad. Eran enviados por su gobierno en ayuda al dictador de nuestra guerra civil, declarada para mas “INRI” “Cruzada de Liberación Nacional”, o una mas espectacular declaración de intenciones: “liberarnos de las hordas marxistas” según se decía con mucho énfasis.

No tenían estos huérfanos de republicanos el consuelo de saber que sus padres habían caído en defensa de sus ideales, porque habían sido perseguidos, acorralados y eliminados cual alimañas, Sin procesos, sin cargos, sin posibilidades de defenderse, con alevosía y nocturnidad. No tuvieron los creyentes, que sin duda los habría, y a pesar de tener los verdugos de su parte a la iglesia, asistencia de tipo espiritual tan necesaria para el creyente y hasta para su familia.

Sin embargo estos huérfanos trataban de remediar su mas inmediata y urgente necesidad: su alimentación, su hambre que no el llamado apetito de manjares, sino sus ganas de comer, de masticar, de deglutir, de callar esos elementos químicos que en el estomago exigen materiales con que cumplir su misión de digestivos y llaman sin piedad, con exigencias, desvergonzadamente, porque es asi de agresiva la naturaleza humana.

Pero una vez satisfecha esa imperiosa necesidad y hasta una hora después, transcurría la vida normal de los pequeños y es entonces cuando se presentan de improviso momentos, no de dolor ni de pena, sino de otra índole desconocida. Así:

-“Pues mi padre me ha dicho que no es asi” me replica un niño en una pequeña discusión. Yo me quedo estupefacto. No encuentro respuesta ni argumentos con que responder a este tan contundente.

“-Yo no voy a bañarme con ustedes al canal porque se entera mi padre y…” Otro mazazo para mí.

“-Niño quítate de en medio”

“-No me da la gana”

“_Pues mi cago en tu padre”

Aquí si tengo la repuesta adecuada pero no me da tiempo reaccionar, uno mayor que yo interviene en mi defensa: “¡Niño no le digas eso! ¿No ves que lo tiene muerto?

¿Qué ocurre conmigo? ¿Es que soy más afortunado que otros? Creo que no, que me falta algo. No puedo apoyarme en la opinión de mi padre para discutir lo que sea. Me falta el morbo del riesgo que conlleva la audacia de desafiar la autoridad de mi padre: el castigo consecuente con la comisión de una travesura. No puedo responder “Y yo en el tuyo” porque no me lo mientan y yo quisiera que me lo pudieran mentar como a los demás. “Este niño lo que necesita es un padre que lo ponga derecho”, se dice y no es así. Yo fui un niño bueno, pero triste. Yo echaba de menos a mi padre para poder hacer travesuras y que me diera un sopapo cuando fuese menester, y sufrir un castigo de mi padre. Renuncié a ser travieso porque no tenía un padre que me reprendiera. Con mi padre, repito, yo no hubiera sido un niño bueno y triste como lo he sido.

Esta carencia no me hace feliz, y no es porque considere la causa de mi turbación, que seria lo lógico, sino porque me produce tristeza. Una honda tristeza que supera a todo lo demás y que me ha acompañado y me acompañara siempre. Es algo irremediable e inconsolable. Esto es lo que me han hecho y puedo llamarlo, como se dice ahora, un daño colateral a la condición de orfandad que también me ha sido donada graciosamente, o sea con toda la gratuidad posible.

¿Quién o que es capaz de remediar o consolarme de esto? ¿A que paráclito he de acudir en demanda de consuelo?

Cuando despierta en mi el niño que todos llevamos dentro, a estas altura incluso, me siento melancólico y triste. Es entonces cuando se apodera de mi un sentimiento masoquista, esto es que gozo dentro de mi melancolía y me revuelco en ella y asi cuando algunas veces paseando al atardecer, por la franja de bajamar de la Playa de las Redes, en compañía “El rayo que no cesa”, me complace oír a Miguel:

“Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo me hallo, no se halla

hombre más apenado que ninguno”.

“LA MADRE”

“LA MADRE”

Cuando enviudó tenia sesenta años. Era bajita, metida en carnes, y algo sorda. Quizás debido a esto, parecía mas seria de lo que era.

Tenia siete hijos, cinco hembras y dos varones. Todos estaban casados. Después de la muerte del padre, el varón mayor, junto con su mujer y dos hijos, se fue a vivir a casa de la madre.

Las hijas, de aspecto físico parecido al de ella, eran alegres, gritonas, y mal habladas. Cuando coincidían todas en la casa familiar parecía que estaban celebrando una fiesta.

De noche, en verano, con la habitación fuertemente iluminada, abrían del todo las ventanas del salón y jugaban a las cartas en la mesa de centro de este.

Hasta cuando reñían a causa de los lances del juego, sus voces sonaban alegres. Yo las veía y oía desde la ventana del mío que da justamente enfrente, y se me alegraba el alma.

La vieja murió y todo acabó. Las hijas ya no visitan la casa. El hijo y su mujer tienen un pequeño negocio en el otro extremo del pueblo, y solo van a la casa para dormir. Ahora, de noche en la vivienda, solo se ve una pequeña y mortecina luz.

La madre al morir, se llevó el alma de la casa.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Historia de un luchador. Por Manolo Morillo

Historia de un luchador. Manolo Morillo. ( En "El orden de los tiempos" . Diario de Cádiz de 2 de Diciembre de 2007.)


Niño en una posguerra atroz de hambre y oscuridad, monago insumiso, cómplice de estraperlista, militante antifranquista clandestino, obrero fabril, albañil capaz y vecino solidario sin etiquetas.


Casi octogenario, Luís Rincón Noya contempla desde la atalaya de su 3º A de la Plaza del maestro Dueñas, junto a su compañera de todas sus vidas, Soledad, no en balde son progenitores de siete hijos con todos sus avíos, las grandezas y las miserias que la condición humana le ha mostrado a lo largo de su ya luenga existencia. De figura menuda y corazón grande, este lazarillo que fue de ciego, sindicalista orgulloso de su clase, y desengañado de la partitocracia en donde los actores principales y únicos del panorama político son los grandes partidos, se reivindica día a día como amo de casa, abuelo vocacional y ferviente amante de la lectura, que en sus ratos libres escribe con la bonhomía que siempre ha llevado por bandera.
Dice que nació sin habérsele pedido permiso el 27 de marzo de 1929 en la Calle Larga, muy cerquita de casa de señoritos, en el seno de una familia pobre pero muy honrada. Su padre Salvador, que murió cuando Luís no levantaba un palmo del suelo, era de oficio “jilaó”. Se dedicaba a elaborar las cuerdas que después usaban los rederos para hacer las redes de pesca, y lo dejó rodeado de mujeres como único varón entre siete hermanos.
De una infancia de posguerra repleta de calamidades, de hambre y de incomprensiones, recuerda como a un cuñado suyo, Manolo, que regentaba el bar Los Cisnes en plena Calle Luna, cuando los sublevados contra la República se hicieron con el control de la ciudad, le cerraron el local previo destrozo del mismo que, unido a su reciente viudez hizo que se trastornara por completo recluyéndosele en su casa por loco. Locura convenientemente fingida a instancias de un amigo falangista para evitar el casi seguro fusilamiento que le esperaba si llegaba a curarse.
O cuando un comandante militar de triste memoria en El Puerto, hizo masticar a dos de sus hermanas la bandera republicana por haber asistido a la manifestación del último primero de mayo antes del alzamiento militar. Raro era el día en que no veía a su madre –costurera de pobres- llorar por el fusilamiento de un esposo, un padre, un hermano o alguna amiga o conocida. Su casa, recuerda, durante mucho tiempo fue un velatorio permanente.
“Era horrible ver a la gente por la calle en los años cuarenta morirse de hambre. No en sentido figurado, sino literalmente caerse muertos de hambre”, reflexiona en voz alta este superviviente de la lucha fraticida entre hermanos, al que tocó casi siempre estar en el tramo medio vacío de la botella. La recogida de caracoles, el rebusco en las tinas donde echaban los restos del pescado después de limpiarlos, las labores propias de monago en la Iglesia Mayor Prioral, portear maletas en la estación de ferrocarril y ayudar a los estraperlistas en el transporte de su carga, fueron entre otras, actividades que permitieron tanto a él como a su familia supervivir en aquella sinrazón de existencia.
Su aprendizaje de la cerrajería y forja, ocupación que le cautivó por encima de cualquier otra, le llevó hasta la primera fábrica de botellas que hubo en El Puerto, y cuando ésta cerró por falta de materia prima como consecuencia de la guerra mundial, entró a formar parte de la plantilla de otra de baldosas que también llegó a cerrar por el mismo motivo. Pero fue su último y definitivo trabajo como albañil en la fábrica de botellas V.I.P.A., en el que estuvo hasta su jubilación, el que despertó su conciencia social y de clase a favor del mundo obrero.


Su incorporación al movimiento sindical se comprende con estas palabras: “Cuando llegué a la fábrica y vi a un centenar largo de hombres trabajando en unas condiciones laborales infamantes, con un calor de muerte y sirviendo a unas máquinas de fabricación automática con medios artesanales, comprendí que la época de la esclavitud aún no había terminado”. Fue Esteban Caamaño Bernal quien a través de Calixto García, compañero de la fábrica, el que le introdujo en la Hermandad Obrera de Acción Católica (H.O.A.C.). En el sindicato vertical de la época fue enlace sindical, jurado de empresa, presidente de la sección social local del Sindicato de Construcción, Vidrio y Cerámica, y vocal provincial de esta misma rama.
Colaboró con Esteban, Isidoro Gálvez y su hermano Manolín y otros compañeros de Cádiz, San Fernando y Jerez en la implantación por esta zona del Sindicato Unión Sindical Obrera (U.S.O.). Siente especial admiración y aprecio por Tina Aguinaco y Jaime San Narciso, dos asturianos, profesora ella y médico él, que por sus estudios y formación pertenecían a la clase media, pero que sin embargo, por sus valores humanos estaban más cerca de los pobres que sus propios congéneres.
Con la restauración de la democracia abandonó un tanto desengañado el mundo sindical y político, pero sus inquietudes solidarias le llevaron a impulsar el movimiento vecinal incipiente que se habría paso en esos momentos de apertura del país. Tuvo el honor –según sus palabras- de ser el primer presidente de la Asociación de Vecinos “San Jaime” en la zona de Crevillet.
Ahora, tras una larga y trabajada vida de compromiso hacia los demás, su descanso activo lo ejerce como escritor ya premiado en algunos certámenes literarios, manteniendo por siempre el orgullo de haberse ganado la amistad y el respeto de todos sus compañeros en el mundo del trabajo.

Manolo Morillo

sábado, 24 de noviembre de 2007

“LO AJENO LO PROPIO Y EL NIÑO”



La primera vez que puse en duda el concepto estricto de la propiedad privada fue a través de un libro y de los ojos de un niño.

Era un pequeño tomo de relatos del autor armenio-americano Willian Saroyan. Su título: “Chiquillos”

La acción de uno de estos cuentos transcurre en un apartado pueblecito enclavado en el valle de San Joaquín, en California.

El pequeño Andy para ir al colegio ha de pasar todos los días por una determinada calle. En esa calle hay una pared, no muy alta, que cierra un huerto Por encima de ese muro asoma la rama de un peral.

La primera vez que al joven Andy le llamo la atención esa rama, fue porque estaba florecida. Las pequeñas flores blanco-rosadas del peral se asomaban a la calle. Cuando estas perdieron su lozanía no volvió a mirar la rama.

Pero un día levantó la cabeza al pasar y observo tres pelotitas del tamaño de una nuez, pegada a la rama. Desde entones todos los días las miraba. Vio como iban creciendo, como el verde apagado que tenían al nacer, se volvía vivo y brillante. Luego tomaron un tono amarillento y después un color amarillo con machas rosadas. Algo en su interior le dijo que las peras habían llegado a su madurez.

Una mañana no lo penso. La tapia llena de resaltos y desconchones no fue obstáculo para la audacia de su espíritu y la agilidad de sus piernas. Subió hasta la rama, cogió las peras, se las metió entre la camisa y el cuerpo, bajó, y continúo hacia la escuela.

Al llegar entro en la clase y ocupo su pupitre. El señor Walter, el maestro, paso lista. Cuando los chicos oían su nombre debían levantarse y saludar al profesor. Cuando le llego el turno a Andy lo hizo asi. Al señor Walter le llamo la atención los bultos de la camisa. Hizo subir al chico al estrado y le interrogo:

-A ver pequeño. ¿Qué lleva usted ahí?-

-Son tres peras, señor-

-Muéstrelas, por favor. Pues si. Son tres hermosas peras. ¿De donde las ha cogido?-

El chaval se lo dijo y el maestro se escandalizó:

-¡Pero ese es el huerto del señor Smith¡ ¡Ha cometido usted un robo¡-

El profesor mando un chico en busca de los padres de Andy y del jefe de policía. Mientras encerró al muchacho en el cuarto de guardar las escobas. Cometió el error de encerrar también las peras.

Mientras aguardaba el chico discurría:

-¿Que será eso del dueño? ¿Por qué dirá que he robado? Yo nunca he visto a nadie cuidando las peras. Mi perro es mío. Me lo regalaron de pequeñito, mi madre le ha dado de comer. Ahora es grande y es mío. Pero a las peras nadie le ha dado de comer. ¡En fin alguien me explicara lo que pasa¡-

Naturalmente mientras esperaba la llegada de las autoridades familiares y civiles, se comió las peras.

Soy

“SOY”

Soy Adán, Eva, la serpiente, y el Dios que los creó. Soy Belcebú, y Gabriel que lo expulsó. Soy Moisés, que bajó con las Tablas. Soy Pilatos, Judas, y Cristo.

Soy Julio Cesar, Seneca, y Adriano. Soy Atila, Asdrúbal, y Viriato. Soy Isabel y Fernando, Boaddil el Chico, y Alfonso el Sabio.

Soy Don Quijote y Sancho. Soy Cristóbal Colón, Hernán Cortes, Simón Bolivar, y Washingtón. Soy Einstein, Fleming, Edison, y Ramon y Cajal.


Soy Cervantes, Lope de Vega y Gabriel García Márquez. Soy Miguel Angel, Picasso, y Velázquez. Soy Bécquer, Juan Ramón Jiménez, y Machado.

Soy Carlos Marx, Pablo Iglesias, y el andaluz Blas Infante.

Soy... Soy un pobre hombre, que en un absurdo ataque de celos, mató a dos personas. Ahora estoy privado de libertad. Pero cuando en la biblioteca de la cárcel, o en la soledad de mi celda, cojo un libro y me fundo con estos personajes, soy la persona más libre de la tierra.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Pepín

“PEPÍN”

Pepín era el típico tonto del pueblo. De pequeño, una meningitis mal curada, lo dejo disminuido psíquico, pero solo psíquico, pues la naturaleza para compensar, lo hizo alto y fuerte como un coloso.

Pepín era de carácter bondadoso. Los chiquillos se burlaban de el. Pepín corría tras ellos. Cuando conseguía atrapar a uno lo miraba con ojos furiosos, levantaba la mano como si fuera a pegarle, y al ver la cara asustada del crío, estallaba en ruidosas carcajadas.

Andrea era una veinteañera, hermosa, bonita de cara y de abundantes y provocativas curvas. Además usaba grandes escotes y faldas muy cortas.

Cuando Pepín veía a Andrea los ojos se le hacían chiribitas. Ella, siempre que pasaba ante él, acentuaba sus llamativos andares. Pepín siempre le hacia la misma pregunta:

-¿Andrea, tu me quieres?- le decía con esa voz aspirada que tienen todos esos hombres-niños.

-Pues claro que te quiero- contestaba ella riéndose.

¿Andrea tu eres mi novia?-

-Claro que si- y seguía con su risa.

-Pues dame un besito-

-Vale, pero las manos quietas ¡he!-

-Mira Andrea donde me pongo las manos- y se las ponía cruzadas en la espalda.

Andrea se acercaba y lo besaba en la frente. Al mismo tiempo le ponía la abundante pechuga bajo los ojos. Pepín se derretía.

Al dia siguiente igual:

-Andrea. ¿Tu eres mi novia?

-Claro que si-.

-¿Tu no me engañarás?¿Verdad?

-¿Yo… engañarte?¡ Anda hombre-.

-Como me engañes me voy a enfadar-.

Así continuaron durante mucho tiempo.

Como en todos los pueblos en aquel había un sitio donde iban las parejas a solazarse. Andrea era de las mozas que mas se solazaban.

Este sitio allí se llamaba “El Pradillo”

-Andrea- decía Pepín- ¿Cuándo vamos a ir nosotros al “Pradillo”?

-Pronto Pepín, pronto. Ya te avisaré.

Llegó la feria del pueblo y Andrea bailó con todos los jóvenes que se lo pidieron. Cuando el baile se estaba terminando y ya se encontraba algo mareada de vino y bailoteo divisó a Pepín entre los curiosos que la observaban, se acercó a él y lo sacó a bailar. El muchacho, que también estaba algo borracho, se pegó a ella como una lapa. Al terminar el baile le hizo la misma pregunta:

-Andrea ¿Tú me quieres?

-Claro que si Pepín

-¿Cuándo vamos a ir al Pradillo?

-A lo mejor vamos hoy

Algo más tarde estaba Pepín tumbado bajo un soportal durmiendo el vino, cuando un mozo del pueblo -que siempre le gastaba bromas pesadas- llego hasta el y lo despertó diciéndole:

-Pepín Andrea va sola para el Pradillo y dice que vayas. Que te espera. Pero que antes te laves un poco.

Después de lavarse en el pilón donde bebían las bestias, Pepín llego al Pradillo. Este, que distaba poco del pueblo, era una vaguada amplia con unos chaparros crecidos. Pepín oyó voces procedentes de uno de ellos. Se acercó. Efectivamente, allí estaba Andrea medio desnuda, revolcándose con el mozo del aviso.

En la tarde caliente y silenciosa las gentes del pueblo vieron llegar a Pepín por el centro de la calle.

Cogidos por los brazos arrastraba tras si dos cadáveres con la cabeza destrozada.

-Me han engañado- repetía una y otra vez.

“TORERO..Y..OLE”

El “Coco” es todo un personaje. Bajito, con poco pelo, y con una nariz que le coge toda la cara, tiene dos grandes aficiones: el vino y los toros. El dice que es torero. Tiene un par de “fotos” vestido de luces y cuando se emborracha la enseña por todas partes.

Lo han puesto dos veces en los carteles de un festival, aquí en el Puerto. La ultima vez la mujer, antes del festejo, estaba muy entusiasmada.

-Con lo que cobres- le decía ella al “Coco”-Podemos comprar un tresillo nuevo, un mueble bar , y si alcanza, un televisor en color-.

El “Coco” la miraba con guasa, y le decía:

-A ver si tu te crees que eres la “Jurado” y yo “Ortega Cano”-

El “Coco” toreó. Mejor dicho hizo el paseíllo.

La gente –que casi llenaba la plaza- coreaba su nombre, ¡Coco¡ ¡Coco¡. Y él decía por bajini: ¡Caca¡ ¡Caca¡.

Uno de los peones que era un poco tartajoso, le decía:

-Co-co yo te-te lo re-cojo y te-te lo pon-go en el-el ter-ter-cio-.

El “Coco” a todo decía que si.

Salió el novillote. Era un bicho grande, huesudo y “con más conchas que un galápago”.

El peón “tarta” lo recogió y lo dejo cerca de las tablas.

El “Coco” salió un poco hacia los medios, y se puso a preparar el capote. El novillo se arranco, le dio un topetazo y lo mando por lo alto. Afortunadamente cayó bien y no le ocurrió nada de importancia.

Desde entonces el “Coco, remedando a “Joselito el Gallo” dice:


“QUIEN NO HA VISTO AL “COCO” EN EL PUERTO, NO SABE LO QUE ES UN BUEN “COCAZO”

sábado, 10 de noviembre de 2007

El suicidio de la mujer del "Coco"


El “Coco” es bajito, medio calvo y con una gran nariz. Es aficionado al vino y cuando está medio bebido tiene mucha gracia. Siguiendo su costumbre, un día se emborrachó, y también siguiendo la costumbre se peleó con su mujer.

Discutían, y cuando conseguía enfurecerla, él se ponía a cantar.

-¡Canalla! ¡Que eres un canalla¡- decía ella.

El “Coco” seguía con su cante como si un fuera con él.

Ella cada vez se ponía más y más furiosa.

-Cualquier día me mato- amenazó.

-Anda ya - decía él-

-Pues ya no lo pienso más. Ahora mismo me ahogo en la bañera.

Se encerró en el cuarto de baño. El “Coco” intentaba abrir la puerta y no podía. Desde fuera se oía correr el agua. Cuando hubo pasado un buen rato el “Coco” se alarmó.

Ellos vivían en un piso que hacia esquina en la planta baja del edificio. El cuarto de baño tenía una pequeña ventana que daba a la calle. Estaba un poco alta, pero el “Coco” puso la bicicleta que le servia para ir al trabajo apoyada en la pared, y con la ayuda de una vecina se subió en el sillín, y pudo mirar el interior del cuarto de baño.

La mujer estaba apoyada en la puerta para que no pudieran abrir, la bañera llena, el grifo abierto y el agua yéndose por el rebosadero.

-¿Así te quieres tú suicidar?- dijo el “Coco”, y añadió - Ahogarte no te vas a ahogar… pero te vas a morir del susto, cuando venga la factura del agua!

EL MEDICO DEL “COCO”



Al “Coco” le gusta empinar el codo. Es un hombre bajito, con poco pelo, -va siempre tocado con una boina- y con una nariz que le coge toda la cara. Cuando está medio ”pintón” es un tío con gracia.

De tanto beber y mal comer, enfermó del hígado. Estuvo de baja en el trabajo muchas veces, hasta que lo propusieron para la jubilación anticipada por enfermedad. En aquella época el enfermo propuesto dejaba de cobrar, tanto de la empresa como del seguro, hasta que se resolvía el expediente.

Sin dinero, estuvo pasándolas “canutas”. Yo, que como compañero suyo de trabajo conocía su situación, le dije un día:

-Juan -el “Coco se llama Juan- Si tú ya has pasado por el tribunal médico para la calificación. ¿Por qué no te pasas por el Instituto de Previsión en Cádiz, y te interesas por tu asunto?

-Luis, ¿tú crees que eso dará resultado?

-Claro que si. Pero no vayas a presentarte borracho y que se vea que estás enfermo.

Al día siguiente, apoyándose en un bastón, el “Coco” cogió el “Vaporcito” para Cádiz. Durante el viaje iba rezongando sobre su mala salud, que no podía moverse de los dolores que tenia, que si hacia el viaje sin poder etc, etc.

Cuando llegó a Cádiz, subió por la “Cuesta de las Calesas, hasta el edificio del Instituto. Al llegar preguntó y lo mandaron a una ventanilla. Le explicó al empleado su problema y éste le pidió el número del expediente. Consultó el mismo y le dijo que efectivamente tenía concedida la jubilación, pero que no cobraría hasta pasado al menos un mes, pues le estaban preparando la liquidación.

El “Coco” –medio lloriqueando- le explicó la situación tan desesperada en la que estaba viviendo. El empleado le indicó que podía pedir un anticipo a cuenta. Al “Coco” se le hicieron los ojos “bolitas”.

-¿Dónde hay que solicitar eso?- preguntó.

-Aquí mismo- le contestó el hombre -¿Cuánto quiere usted?-

El “Coco” mostró su ignorancia de hasta donde podía llegar en su petición. El otro le dijo:

-¿Le vendrían bien sesenta mil pesetas?

Por poco se cae al suelo. Eran pesetas de 1980.

-Claro que si- dijo.

Le prepararon el recibo, lo firmó y le dieron el dinero metido en un sobre. Cogió este, se lo metió entre la camisa y el cuerpo y salió a la calle.

Miro el reloj y faltaban pocos minutos para la salida del “Vapor” hacia el Puerto. se puso el bastón bajo el brazo, y corrió por la “Cuesta de las Calesas” abajo como un perdigón.

Cuando llegó al muelle estaban quitando la pasarela de acceso al barco. Al verlo venir volvieron a ponerla y el “Coco” entró como un rayo. Después de haberse puesto el barco en marcha, le preguntó uno de los empleados:

-”Coco”… ¿Tú no estabas cojo?

-¡Yo sí, - contestó el- …pero no veas los médicos que están hechos los cajeros del seguro¡ ¡Mejores que los del ambulatorio¡-.

viernes, 2 de noviembre de 2007

El negro Bembó



Bembó, el negro más negro de todos los negros, enderezó con gran trabajo su espigado cuerpo, se limpió el sudor de le frente y tosió apoyándose las manos en los costados. No podía continuar trabajando, al agacharse sobre las matas se asfixiaba, además no veía las fresas y ya sus compañeros de cuadrilla le llevaban muchos metros de ventaja. Al verlo de pie se acercó el capataz y dueño de la finca.


-¿Qué te ocurre, muchacho?- le preguntó.

Bembó se tocó el pecho y la frente. –No puedo trabajar. Estoy enfermo- dijo en su titubeante español.

-Lo siento. Vete para el barracón y ahora te mandare a alguien para que te ayude.

Bembó inició la marcha tambaleándose y el capataz llamó a otro de los hombres de la cuadrilla para que lo acompañara. El joven se sentía cada vez peor. El malestar había empezado después del enorme catarro que cogió el invierno anterior. Como en esa estación por el sur no había trabajo, tuvieron que desplazarse hasta la meseta castellana. En León se colocó en una obra y él, acostumbrado a los calores de su África natal, tuvo que trabajar a diez grados bajo cero y esto le resultó fatal,

Al llegar al barracón se acostó en el catre que le correspondía y cayó en un profundo sopor producido por la fiebre, sumido en este letargo le vino a la imaginación el transcurrir de su vida. Había nacido en el lejano Senegal, en un poblado compuesto de seis chozas de paja y barro. Eran unas cuarenta personas y otras tantas vacas. Toda la vida de la aldea transcurría alrededor del ganado. Este los alimentaba, los vestía y su posesión indicaba la categoría social de su dueño.

Bembó se quedó huérfano siendo un niño. A su padre le corneó un toro y su madre murió de fiebres poco después. Las cuatro vacas que había dejado su padre se las quedó el cacique de la tribu cuando se hizo cargo del chiquillo, asi que Bembó llego a la pubertad mas pobre que las ratas, Se había criado con los cuatro hijos del cacique y conforme se fue haciendo mayor se dio cuenta de que la hija de este, Batwa, le habia robado el corazón. Ella le correspondía pero los dos sabían que, debido a la pobreza del chico, nunca le aceptaría el cacique como yerno.

Un día llegó al poblado un primo de la chica perteneciente a otra aldea, y le habló a Bembó de una tierra donde el había estado y de donde trajo el suficiente dinero ahorrado para comprar media docena de vacas. Esa tierra se llamaba España y estaba a muchas leguas de camino. Bembó se ilusionó con la noticia y desde entonces solo pensó en aquella tierra y como llegar a ella. Mientras cuidaban del ganado lo habló con la chica.

--Me parece que tengo la solución a nuestro problema, Batwa- le dijo- Pero para eso me tengo que marchar muy lejos

-Ten cuidado, que mi primo Letel es muy fantasioso.

-Lo que nos ha contado es verdad. Yo he hablado con otro de los que se fueron con el y dice que hay que trabajar mucho, pero que es posible traer el dinero.

-Y. ¿Cómo vas a llegar hasta alli, si tu no conoces el camino?

-Tengo que ir a la capital y presentarme en una dirección que me a dado. Allí organizan las expediciones.

-Pero. Necesitaras dinero. ¡Si no lo tienes! ¿Cómo vas a pagar a los del barco?

-Mi primo me lo va a dejar y se lo pagare cuando vuelva.

-¿Por qué no te lo deja para comprar las vacas que te exige mi padre de dote?

- ¿Porqué piensa que de esa manera no se lo voy a poder devolver?-

Bembó consiguió llegar a la tierra prometida. Tuvo suerte, no paró de trabajar en los tres años que llevaba en España y consiguió ahorrar algún dinero. Después, cuando enfermó, fue a visitar al curandero de su tribu, que había viajado con ellos, y este, a cambio del dinero ahorrado, le fue dando algunos mejunjes que solo sirvieron para estropearle el estomago.

Al enfermo le fue aumentando el ahogo y la fiebre, comenzó a delirar y entre jadeos llamaba a su adorada compañera:

-Batwa. Mi linda becerrita. Ven. Tengo miedo. Me estoy meciendo en el vacío. Ven mi amor. ¡Ha! ¿Ya estas aquí? Dame la mano y acompáñame mi dulce chotita.

De repente ceso el agónico jadeo y una gran sonrisa se extendió por la cara del joven. Había encontrado la paz. Así, en una luminosa mañana del mayo andaluz y de la mano de su adorada compañera, entró en el cielo de los negros, San Bembó Mártir, el negro más negro de todos los negros.

Zoe y el delfín cubano


Mi nieta Zoe ha viajado a Cuba acompañada de su padre. Cuando volvió venia encantada de todo lo que había visto, pero principalmente lo que le había hecho más ilusión fue el Delfinario de la Habana. Hasta traía unas fotos con los delfines.

Según dice todos los delfines eran encantadores y muy simpáticos, pero había uno con el que ella hizo mucha amistad y que siempre la saludaba cuando llegaba.

Tanto es así, que cuando ella y su padre pasaron en el avión de regreso a España, por encima del delfinario, su amigo el delfín, con medio cuerpo asomado por encima del agua, la despedía agitando las aletas.

Cuando ella se acuerda de su amigo, siempre le manda un recuerdo con el pensamiento, desde El Puerto hasta La Habana.

A mi nieta Zoe, de su abuelo con amor.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Yaser


Cuando Yaser recuperó el conocimiento estaba confuso. Se hallaba tumbado sobre la arena húmeda, tenia las ropas mojadas, y el frío le hacia castañear los dientes. Intentó ponerse de pie y un gran cansancio se lo impidió, al fin consiguió levantarse. Al oír el ruido de las olas y ver la oscuridad del cielo le vino la memoria de golpe.

Recorrió con la vista la orilla y divisó unas cuantas figuras tiradas en la arena. Renqueando, se acerco a ellas. Eran compañeros suyos de viaje. Les buscó el latido de la vida en el cuello y no lo encontró. Estaban muertos.

Todo se había torcido. Tenia que huir. Su mochila se había perdido mientras nadaba. Uno de los cadáveres aun la conservaba sujeta a la espalda. Se la quitó rápidamente, la envoltura de plástico la había preservado del agua del mar.

Se vistió con las ropas secas del muerto y subió por la playa arriba hacia las luces de la urbanización. Al mirar a su izquierda le pareció reconocer la rambla de hormigón que les había indicado el patrón del pesquero que les había transportado hasta las aguas españolas. El asunto lo había organizado su cuñado Ahmed en uno de sus viajes. Tenia en Cádiz un bazar y viajaba a Marruecos con frecuencia. En la capital andaluza hablo con el patrón del barco y lo organizaron todo.

El plan era muy sencillo. Se basaba en que no fueran mucha gente, catorce o quince personas a lo sumo. El pesquero haría escala técnica en Tánger. El mismo dia que se hiciera de nuevo a la mar, lo harían ellos en la “Zodiac” desde una playa cercana. Se reunirían a una milla del puerto y se transbordarían todos al barco, incluida la lancha.

Todo salió bien. Hicieron el trasbordo sin novedad, y durante la navegación el patrón les explicó el desarrollo del resto del viaje. Cuando llegaran a la entrada de la bahía de Cádiz, volverían a desembarcar. Con un mapa en la mano les indicó hacia donde tenían que dirigirse.

En él se veía con nitidez todo el litoral desde la desembocadura del río Guadalete en El Puerto de Santa Maria, hasta Punta Candor en Rota. Cuando llegaron a la vista de la playa les señaló un punto brillante que se divisaba en ella.

-Tenéis que dirigiros hacia ese punto. –les dijo- Aquello es la urbanización Vistahermosa y el punto brillante está en la playa de las Redes. Calculo que llegareis sobre las cinco de la madrugada. Cuando estéis cerca veréis a vuestra derecha una especie de torreón. Evitar acercaros porque aquella zona es muy rocosa. A la izquierda está la playa que os he dicho. Si arribáis bien, justo enfrente vuestro veréis una rampa de hormigón, tiene unos veinte metros y os conducirá a una explanada-

-Allí os espera una furgoneta grande. Es de color azul con letreros rojos. En ella iréis hasta Huelva. Allá una persona, -que os a buscado trabajo-, se hará cargo de vosotros. Una advertencia: Todo debéis hacerlo a oscura y en silencio. A unos doscientos metros de la costa debéis apagar el motor y maniobrar con los remos-.

Desembarcaron la “Zodiac”y la ocuparon. Eran las cuatro de la madrugada, tenían por delante una hora de navegación. Yacer se acuclilló junto al timonel. En principio todo fue bien. El motor respondía y la marcha fue rápida. La noche estaba clara y calma. Pero poco antes de llegar a la costa, empezó a soplar el poniente. El que patroneaba la embarcación paró el motor muy pronto, y el viento los empujó hacia la escollera de la que les había hablado el patrón, quisieron poner en marcha el motor para enmendar el rumbo y no lo consiguieron, la lancha encalló en las rocas se le hizo una gran via de agua, empezó a hundirse, y cada cual intentó salvarse como pudo.

Él le gritó a los demás que nadaran hacia la izquierda, pero era muy difícil, tenían que salvar el escollo y luego avanzar hacia la costa. Solo el lo consiguió. Algunos lo intentaron pero no lograron llegar vivos, sus cadáveres estaban en la playa arrojados por la marea.

Todo pasó por su cabeza mientras ascendía hacia la explanada donde debía esperarlos la furgoneta, esta no estaba, y el mundo se desmoronó a sus pies. Después de pagarle al patrón del pesquero no tenia mas que unos pocos euros, y solo conocía unas palabras de español.

Había amanecido y deambuló cojeando por las calles con el alma triste. Al pasar por uno de los chalet de la urbanización, oyó un siseo. Cuando levantó los ojos y miró hacia arriba tuvo que apartarlos deslumbrado, volvió a mirar haciéndose pantalla con las manos y creyó que era una aparición; una niña de unos ocho años con los ojos celestes y rubia como el oro, lo miraba sonriendo desde una ventana. Con el sol dándole de lleno parecía un ángel.

Embobado, no podía apartar los ojos de la criatura, la cual le saludaba con la mano alegremente. En aquel momento se abrió la puerta del chalet y una pareja, hombre y mujer, salieron a la calle. Él, de unos cuarenta años, alto y de fuerte complexión, ella, algo más joven, no podía negar ser la madre de la pequeña, tenía los mismos ojos y el mismo cabello.

Al salir se le quedaron mirando y luego, al unísono, levantaron la mirada hacia la ventana. La niña les sonrió encantada y ellos le correspondieron con alegría. El hombre miró a Yaser y le preguntó:

-¿Que le ocurre?-

Este, con la visión de la niña, había olvidado lo que sabia de español y le contestó en árabe:

--Tengo frío y hambre. Estoy perdido y triste-

El hombre no pareció comprenderle pero por el aspecto que presentaba Yaser no le hizo falta

Miro a la mujer y habló unas palabras con ella, luego sacó el teléfono móvil del bolsillo y estuvo hablando con alguien unos instantes, cuando terminó se volvió hacia el naufrago y le hizo señas de que esperara. Este temió que hubiera avisado a la policía, pero no podía hacer nada.

Pronto apareció la mujer en la entrada, traía una bandeja con un gran vaso de café con leche y un bocadillo enorme de pan con mantequilla. En el momento en que Yaser se iba a hacer cargo de la bandeja, sonó en la lejanía una sirena policial, ambos se miraron y parecieron ponerse de acuerdo. Entraron en el jardín y él le hizo seña a Yaser de que los siguiera, este lo hizo y el hombre le condujo a una edificación anexa al chalet que, por la amplitud de la puerta, parecía y era un garaje.

El dueño de la casa abrió una pequeña puerta que había junto a la grande y entraron. El acompañante de Yaser se dirigió a otra que había al fondo, la abrió, entró en la habitación, y, por señas invitó a Yaser a que lo siguiera, este, siempre cargado con la bandeja, lo hizo y se encontró en un cuarto de regulares dimensiones equipado como un dormitorio. Supuso que era la habitación del chofer de la familia.

Al fondo del cuarto se veian dos puertas pequeñas, el hombre las abrió y Yaser, que había soltado la bandeja en una mesa, se acerco a mirar. Una daba acceso a una minúscula cocina con un fuego de gas, y la otra a un pequeño cuarto de baño con todos los complementos para el aseo personal.

-Gracias.... senor- dijo Yaser haciendo un gran esfuerzo.

El hombre sonrió y abriendo el ropero sacó de un cajón unas prendas de ropa interior y las echó sobre la cama, luego le señaló las chaquetas y cazadoras que colgaban de la barra e hizo gestos de vestirse, Yaser asintió con la cabeza dando muestras de haber comprendido. Antes de que cerrara, a Yaser le pareció ver un uniforme de tipo militar.

Después de haber mirado a su alrededor y sonreír satisfecho, el dueño de la casa le hizo señas a Yaser de que esperara y salió del cuarto dejándolo abierto, este le siguió hasta el garaje y oyó como cerraba con llave la puerta del mismo. Comprendió la desconfianza, después de todo hacia menos de una hora que lo habían conocido.

Volvió a la habitación y probó el café, este se había enfriado. Se lo llevó a la cocina y lo calentó. Hacia mas de doce horas que no comía y el bocadillo le supo a gloria. Buscando un cazo había visto unas botellas de diferentes bebidas. Aunque su religión le prohibía el consumo de alcohol, pensó que las penalidades sufridas en el naufragio le permitirían este pequeño pecado. Se sirvió una generosa ración de whisky y la saboreó a gusto.

Después de la ducha se puso la ropa interior y, aun en calzoncillos, extendió una toalla en el suelo y, arrodillándose de cara a la Meca, rezó unas oraciones agradeciendo su suerte y deseando todos los bienes del paraíso para sus compañeros muertos. Luego se tumbó en la cama y dos minutos mas tarde estaba dormido como un tronco.

Se despertó sobresaltado al escuchar el ruido de la puerta del garaje. Ya era de noche y la oscuridad en el cuarto era absoluta. Cuando pensó en levantarse para buscar el interruptor y encender la luz, se encendió esta en el garaje, luego se iluminó el cuarto, y en el vano de la puerta apareció la figura de un hombre el cual le saludó en su idioma:

-Salam- dijo.

Yaser se quedó tan sorprendido por la aparición que lo contemplaba con la boca abierta incapaz de contestarle. El visitante era un hombre alto y delgado, de cabeza pequeña, moreno, de rostro afilado y gesto serio.

-¿Que te ocurre paisano? ¿Se te ha comido la lengua el gato?- preguntó el árabe en español. Al ver el gesto perplejo de Yacer repitió la pregunta en su lengua.

-¿Quien eres? ¿Que ha pasado con mis compañeros de viaje?- pudo preguntar por fin Yaser.

-Me llamo Addalar, soy marroquí igual que tu, y me han buscado para que te ayude. Se lo que os ha ocurrido y lamento decirte que todos tus compañeros han muerto-

-Me lo temía. Pero es duro oírtelo decir- contestó Yaser.

-¿Cuantos eran ustedes?-

-Catorce contando conmigo-

-Solo han aparecido diez. Habrá que buscar que seguir buscando. ¿Sois todos del mismo pueblo? ¿Conoces sus nombres-

6

-Somos todos de la misma aldea. Y del que no se su nombre conozco su apodo.-

-¿Sabes escribir?-

-No muy bien pero me las apaño-

-Vale. Te voy a dar un papel y bolígrafo y me escribes todos los datos que puedas de ellos, de ti y del pueblo de donde habéis venido. Hazlo despacito. ¿De acuerdo?-

Yaser escribió la nota con gran trabajo. Cuando terminó le entregó el papel a su compatriota. Este lo leyó atentamente, le pidió un par de aclaraciones, las anotó y se guardo el escrito, luego se dirigir a él de nuevo.

-Bueno. Ahora hablemos de ti. ¿Que planes son los tuyos?-

-Hasta que este señor me auxilió mi único plan era esperar a que me detuvieran. Después de esto y con tu presencia aquí, no se lo que ocurrirá. Por cierto. ¿Quien es esta buena persona?-

-Te voy a explicar el plan que hemos pensado para ti. Pero antes quiero que quede una cosa muy clara. A esta familia la viste esta mañana y posiblemente no la volverás a ver mas. De mi tiene que bastarte saber que me llamo Addalar y que voy a intentar ayudarte. ¿De acuerdo?-

Yaser nunca supo que Addalar era el cónsul marroquí en la zona.

.

-Totalmente de acuerdo- contestó

-Me alegro. Y ahora dime: ¿Tu quieres volver al pueblo o continuar con el plan de ir a Huelva? Antes de que me conteste te diré que, aparte de lo que hagan las autoridades españolas, yo me voy a encargar de avisar a tus familiares y a los de tus compañeros-

-En ese caso prefiero ir a Huelva y volver algún día a mi pueblo cuando todo haya pasado-

-Bien. Ahora voy a salir y volveré dentro de una hora. Te voy a traer comida para dos días y algún dinero. Pasado mañana por la noche, sobre las diez, vendrá alguien en un coche, esa persona te llevara a Huelva. Allí te estará esperando el mismo individuo que tenia que haberte recogido esta mañana. Tienes que estar preparado para cuando llegue salir rápidamente-

-Cuando me marche- prosiguió el visitante- voy a cerrar la puerta del garaje solamente, pero si tu oyes que la abren, debes cerrar esta y no asomarte para nada. ¿Comprendido?-

El marroquí, dándole la espalda a Yaser, se dedicó a registrarlo todo. De cuando en cuando se metía algo en el bolsillo. Miró entre la ropa blanca y en las prendas de la parte superior. Por ultimo cogió el uniforme que había entrevisto Yaser, lo dobló y se lo puso bajo el brazo. Luego se dirigió a este que lo miraba intrigado:

-Tu dirás que por que hago esto. Es que de ninguna manera debes intentar identificar a este señor. Hasta luego- y se marchó sin mas.

Volvió una hora mas tarde. Traía la comida y las ultimas instrucciones.

-Pasado mañana a las diez te abrirán la puerta del garaje y la de la calle, cuando oigas un claxon sonar tres veces te diriges al coche sin mirar hacia la casa. Al llegar a Huelva ni una palabra a nadie, ni de mi, ni de este señor. Si te preguntan dirás que has llegado por tus propios medios. Seguramente no volverás a verme, por tanto adiós y que Alá te proteja.

Se marchó definitivamente. El día de la partida Yaser esperó impaciente dentro de su cuarto hasta que abrieron la puerta del garaje, cuando lo hicieron se apostó junto a ella.

Aun no llevaba un cuarto de hora esperando cuando sonó el claxon, rápidamente cogió su mochila, salió y se montó en el coche. Este se puso en marcha y se dirigió, según esperaba, hacia el comienzo de una nueva vida.

Cuando el vehículo dobló la primera esquina, el comandante de la guardia civil don Miguel Espinosa de los Monteros, que, desde una ventana, había observado la marcha de este, miró a su mujer y a su hija que le acompañaban, y los tres se abrazaron riendo alegremente.