Mi padre, Luis Rincón, murió el 22 de enero rodeado de sus seres queridos, tras haberse despedido con lucidez de cada uno de ellos, tras habernos regalado 82 años de vida honrada y comprometida con la gente trabajadora, con su clase.
Nos dejó dos legados: por un lado su inmensa prole y por otro, su utopía: que un día veamos una tierra - Labordeta - que ponga Libertad, una tierra donde se acabe eso de que " hay quien come y no trabaja y hay quien trabaja y no come", donde haya una plaza que lleve su nombre y allí podamos sentirnos orgullosos y orgullosas de descansar tras haber cumplido con las tareas que nos encomendó un hombre bueno. Os dejo aquí sus palabras escritas unos meses antes:
Para darse cuenta de lo perfecta que es la maquinaria humana no hay más que fijarse en lo selectiva que es la memoria. Las personas mayores como yo, que tengo casi ochenta años, rara vez pensamos en la muerte. Estoy pluralizando porque supongo que a los demás les ocurrirá lo mismo que a mí.
Esto me parece maravilloso pues en realidad, con lo cerca que la tenemos, debería ser entre nosotros un pensamiento permanente. A mí se me ha ocurrido hoy pensar y divagar sobre ella porque en tres años se me han muerto tres hermanas, la última muy recientemente. Y me parece que merece la pena hablar de “La Parca” porque el nacer y el morir son las dos cosas más importantes en la vida de las personas y, curiosamente, en ninguna de las dos nada nuestra voluntad, salvo en la segunda en caso de suicidio.
Al pensar en ella se me ocurren muchas cosas de las que me veré privado cuando llegue la de “La Guadaña”. Por ejemplo: pienso que ya nunca más respiraré, ni orinaré, ni lo otro, tampoco dormiré, ni saludaré a mi mujer ni a mis amigos. No podré recrearme en la belleza de las mujeres. No iré al bar a tomarme un par de tintos, según tengo por costumbre. No leeré la prensa, ni escribiré la cantidad de tonterías que ahora escribo. Tampoco veré más la tele, aunque esto, según está de sucia, quizás sea una bendición.
No besaré a mi mujer ni a mis hijos, no veré crecer a mis tataranietos y no sabré que ha sido de los demás. Tampoco sabré si, por fin, alguna vez el capitalismo se ha ido a la mierda y se ha instaurado un nuevo orden. Tampoco sabré si los hijos de p... de los países ricos se deciden de una vez a terminar con el hambre en el mundo. No me enteraré si los países pobres se han decidido, por fin, a invadirnos en masa y mandarnos al infierno.
No veré más amanecer ni atardecer. Tampoco veré más la playa ni me bañaré en el mar. Otra cosa importante es que dejaré de cobrar la pensión y no tendré que preocuparme más del puñetero dinero. Creo que alguna ventaja ha de tener el morirse.
Si es cierto que allá nos reuniremos todos alguna vez, conoceré como era mi padre, el cual se murió siendo yo muy pequeño y no tengo de él ni una foto. Veré de nuevo la cara de mi hijo Miguel Ángel, el que nació gemelo y murió muy pequeño. Me reuniré con toda mi familia y la de mi mujer. Con todos mis amigos y con mis enemigos, que también algunos habrá por allá.
De verdad lo que creo es que, si tenemos un espíritu inmortal, este se disolverá en el espacio infinito y pasará a formar parte del cosmos.